Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Me admiran los que hablan de buenismo y se quedan tan anchos. Se supone, según la dañina expresión, que aplicar una moral más o menos universal –derechos básicos, vaya– es cosa de inocentes que ignoran que el mundo es una selva y que Plauto y Hobbes la clavaron con la metáfora del lobo y hasta aquí ha llegado, impoluta e infalible. Ahora que la Academia de las Buenas Letras con el patrocinio de Unicaja va a mostrar la más ambiciosa exposición sobre la estirpe Machado –gracias a los desvelos de Eva Díaz Pérez, más de un año entregada a su diseño y puesta en escena– volvemos al poeta que se definía a si mismo como “en el buen sentido de la palabra bueno”. Y justo en este momento, sin embargo, asistimos a un despilfarro de maldades que ni los peores villanos se hubieran atrevido a interpretar. El matón se ha hecho con el patio y a los otros les deja la migaja del aplauso si no quieren quedar como cobardes o como nenazas. Que ya está bien de tanta tontería contra el heteropatriarcado, ese palabro del feminismo woke, una pandilla de deficientes hormonales los unos y de resentidas las otras. Pura envidia del pene, que ya lo dijo Freud. Si te atacan, arrasas y si caen niños, mujeres o ancianos, no haber empezado la pelea. Si el adversario esgrime una cosa no se le rebate con argumentos sino con insultos. Que no queden prisioneros, dialécticos tampoco. Esa es la atmósfera que han ido creando, hablando de bondad como de carencia de redaños, de hipocresía verbal, de incapacidad de tomar las decisiones crudas. Que pasan siempre por que el fuerte se imponga. Y el peso de la Ley, más peso que Ley. Nos hemos hecho ahora todos muy punitivos, no hay años de cárcel suficientes. No hay redención. Que se pudran. Que nos los quiten de la calle. Concepción Arenal en sus teorías (“Odia el delito y compadece al delincuente”) la más buenista, la más romántica, como si a Gandhi le hubieran nombrado ministro de Interior. Prefiero la injusticia al desorden, dijo Goethe, que era escritor pero no mojigato. Las víctimas con derecho a ejercer de verdugos. Nada de bailar sobre las tumbas –dipsómano Boris Vian– sino de que no haya ni tumbas con su nombre, al enemigo ni agua ni aire, ni siquiera derecho a existir. Buenistas, dicen, ignorando lo extraordinariamente difícil que es ser buena persona. Hay que trabajarse mucho las virtudes, desde la educación, el respeto, la fe en la convivencia necesaria para sobrevivir más allá de la isla. Buenistas, dicen, cuando hay quienes, hablo por mí, llevamos intentado aprender toda la vida y apenas rozamos el aprobado. Buenistas, como el periodista norteamericano de Bajo el fuego (Nick Nolte) –horrorizado con las matanzas del dictador Somoza– al que el cónsul de su país (Jean Louis Trintignant) le recuerda que los malos son los suyos. O sea los auténticos buenos. Los que siempre mandan en el guion.
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