La lluvia en Sevilla
Carmen Camacho
Multicapa
No sé qué más tiene que pasar, ni cuántas quedan por caer muertas a manos de esos que les juran que las aman, para que la violencia machista pite en el barómetro del CIS, para que sea una preocupación nacional. Aún está caliente el cuerpo sin vida de la última asesinada en Andalucía. Su marido le descerrajó un tiro con la escopeta de matar bichos. En lo que va de año, 42 mujeres en España han salido de la relación con su pareja o ex pareja con los pies por delante. En todo el mundo, cada día 140 mujeres y niñas son asesinadas por su pareja o un familiar, una asesinada cada diez minutos. Díganme si esto no es una masacre. Pues, por lo que sea, este no es un tema que parezca preocuparnos bastante.
Las 85.000 mujeres y niñas asesinadas intencionalmente en 2023 son la macabra punta del iceberg. No salen en las noticias las que pierden su vida sin llegar a morirse, las que viven amedrentadas, calladas, desesperadas, aterrorizadas, amenazadas, consumidas, chantajeadas, abusadas, disimulando, avergonzadas, desconcertadas. Porque no encajan en el retrato robot (como si acaso existiera) de mujer maltratada. Porque es verdad que él aún no le ha puesto la mano encima, porque no ha hecho falta. Porque, si se la ha puesto, fue un momento de desesperación tras el que le imploró llorando que lo perdonara. Porque él tendrá sus cosas malas, pero también muy buenas, y hay que poner una cosa y otra en la balanza.
“Algo está fallando” en la lucha contra las violencias machistas, ha declarado Juanma Moreno. Yo diría que, aparte del inmenso margen de mejora en los protocolos de acción, el fallo y la falla más honda está en la base, en una sociedad que ha tolerado y tolera, y justifica y quita hierro al sometimiento, sutil o brutal, de las mujeres. El cambio del que nos tenemos que hacer cargo es cultural y educativo. Mientras el dedo señala a los asesinos y maltratadores, que la voz social, educativa y familiar entone a coro un “¡Oh, llama de amor propio!”. Es decir, que recordemos a nuestras hijas, alumnas, vecinas, amigas, madres, abuelas… que no volverán a están solas en su asedio; que cómo no las vamos a entender; que eso de que las quieran una quincena sí, y otra no, no es pasión sino manipulación; que donde no hay respeto jamás habrá amor; que al que les enseñe los dientes una vez ahí se queda y que, aunque duela mucho, es preferible perderlo que perderte. Que, aquí dentro, te espera el amor de tu vida, que eres tú misma, y ahí fuera más amores de los buenos a tu altura.
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