Oda al viajero

03 de julio 2024 - 03:08

Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas”.

Hace 76 años, cuando se firmó en París la Declaración de los Derechos Humanos, la industria del turismo estaba por inventar. Ni siquiera entonces hubo consenso para firmar un tratado internacional que obligara a “proteger y respetar” los derechos básicos. Eran 30 entonces y uno de ellos es el que tiene que ver con esa pasión por viajar que en España ya habíamos estrenado un siglo antes con los intelectuales románticos. De las aventuras de Richard Ford, Washington Irving o Alejandro Dumas a los inolvidables pasajes que escribirían unas décadas más tarde Gerald Brenan o Virginia Woolf siguiendo sus huellas. Buscaban la Andalucía exótica, la del crisol de culturas, la que rezumaba historia y autenticidad. Justo esa Andalucía que ahora se tambalea víctima de uno de los grandes males de los nuevos tiempos: la globalización, la masificación, la turistificación…

A partir de aquí, este artículo podría transitar por la nostalgia y el lamento. Enalteciendo ese quejío andaluz que tanto nos identifica. Y así… criticar la falta de previsión de gobiernos y ciudades gestionando un sector cada vez más estratégico, arremeter contra la fiebre de los apartamentos turísticos, denunciar cómo los barrios se transmutan en parques temáticos y preguntarnos si no estamos viviendo una nueva burbuja a punto de estallar.

Bien. Pero no podemos hacerlo mirando atrás, anclarnos, casi echando de menos cuando eran solo unos pocos, unos privilegiados, los que tenían vacaciones y podían gastarse un sueldo en viajar.

Hoy España tiene más ricos que nunca (y más pobres) pero, en el centro, todavía, está esa gran masa de clase media que hizo posible el milagro del turismo, no el problema del turismo, y sigue reclamando ese quebradizo derecho a parar y descansar. A hacer las maletas y cambiar de aires. Aunque haya atascos en las carreteras y ciudades que se resientan.

Si el turismo de masas tiene que ver con democratizar el turismo, yo lo reivindico. Si el turismo de masas tiene que ver con sentirnos unos días Willy Fog, aunque no podamos en un destino exclusivo en la otra punta del planeta, yo lo reivindico. Porque los derechos humanos son de humanos, de masas, al menos utópicamente de todos, no de ricos ni de intelectuales. ¿Que tenemos que ser capaces de hacerlo con una gestión responsable y sostenible? Por supuesto. Pero, primero, oda al viajero; a todos los viajeros.

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