La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
La tribuna
CON ocasión del 50º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en diciembre de 1998, un grupo de organizaciones de la sociedad civil lanzó una campaña mundial para el reconocimiento del derecho humano a la paz. Esas organizaciones hicieron un llamamiento "para prevenir la violencia, la intolerancia y la injusticia en nuestros países y sociedades a fin de superar el culto a la guerra y construir una cultura de paz".
Sin embargo, hoy, esas dos aspiraciones aún están lejos de ser una realidad. En el mundo actual, la cultura de la paz debería ser vista como la esencia de una nueva civilización global basada en la identidad interna y en la diversidad exterior. El florecimiento de la cultura de paz generará en nosotros la actitud, que es un prerrequisito para la transición de la fuerza a la razón, del conflicto y la violencia al diálogo y la paz. La cultura de paz proveerá las bases para un mundo estable, partidario del progreso y próspero para todos.
La adopción por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1999 de la Declaración y Programa de Acción para una Cultura de Paz fue un acontecimiento clave. Las negociaciones que durante nueve meses tuve el honor de presidir condujeron a la adopción de este documento normativo histórico que se considera como uno de los legados más significativos de Naciones Unidas para las generaciones futuras. El trabajo de Naciones Unidas fue particularmente reforzado por el amplio apoyo de las organizaciones no gubernamentales. Estamos ahora en el tramo final del Decenio Internacional de una Cultura de Paz y No Violencia para los Niños del Mundo proclamada por Naciones Unidas. Esta década está promoviendo un movimiento mundial por la cultura de paz.
La comunidad internacional tiene que reafirmar que su labor más urgente y su mayor responsabilidad social es asegurar una paz sostenible en nuestro planeta. Los esfuerzos globales hacia la paz y la reconciliación sólo pueden tener éxito con un enfoque colectivo construido sobre la base de la confianza, el diálogo y la colaboración. A tal efecto, debemos construir una gran alianza para la cultura de paz entre todos, particularmente con la participación proactiva de los jóvenes. Esta es nuestra primera prioridad.
La segunda área en que nos debemos concentrar consiste en dar reconocimiento -largamente postergado- al hecho de que las mujeres tienen un gran papel clave que jugar en la promoción de la cultura de paz, particularmente en sociedades marcadas por los conflictos, ayudando a conseguir una paz y reconciliación duraderas. Si las mujeres no están en la primera línea de la cultura de paz, las soluciones a largo plazo serán difíciles de lograr. Las mujeres han demostrado una y otra vez que son ellas quienes a menudo promueven la cultura de paz al tender las manos a través de las divisiones y al animar a otros a hacer lo mismo.
Esta fuerte creencia se sostiene en la especial significancia que tiene para mí la declaración que presenté a la comunidad internacional siendo presidente del Consejo de Seguridad y que fue la base para la resolución 1.325 sobre el papel de las mujeres en la resolución de conflictos, que todavía hoy es una referencia para todos nosotros.
La tercera área, la educación para la paz, debe ser considerada en todas las regiones y países del mundo como un elemento esencial. Para afrontar eficazmente los complejos desafíos de nuestro tiempo, los jóvenes de hoy merecen una enseñanza radicalmente diferente, que no glorifique la guerra sino que eduque para la paz, la no violencia y la cooperación internacional. Todas las instituciones de la educación deben preparar a los estudiantes a fin de que sean ciudadanos del mundo responsables y productivos.
Un reconocimiento explícito del derecho humano a la paz por el Consejo de Derechos Humanos y la Asamblea General de las Naciones Unidas debería ser la cuarta área en la que focalizarse.
Asimismo, la sociedad civil tiene un gran papel en la total y efectiva implementación del Programa de Acción para una Cultura de Paz, especialmente asegurando el seguimiento del efectivo cumplimiento de sus compromisos por parte de los gobiernos nacionales y las organizaciones internacionales más relevantes.
Las semillas de la paz existen en todos los seres humanos, pero deben nutrirse individual y colectivamente para que florezcan. La paz no puede ser impuesta desde fuera sino que debe generarse desde dentro.
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