Las noches de Julio Martínez

'La noche de los granados' nada tiene que ver con las tinieblas del ocio nocturno, sino con el monje somnoliento en sus maitines

24 de junio 2023 - 00:01

LA última vez que nos vimos fue paseando por su Valladolid. El escritor y editor Julio Martínez llevaba una gorra campera, al estilo de Delibes y los mayorales de la Baja Andalucía . Daban ganas de aprovechar la mañana y el frío para irnos a cazar perdices por Castilla la Vieja o enfilar la ruta del sur para buscar el mar. Porque Julio Martínez es un mesetario con vocación de lobo de mar, un Conrad varado en una ciudad de interior pecuaria e industrial, como deja claro en sus libros y en sus gustos cinematográficos, absolutamente alejados de eso que llaman actualidad cultural. Julio Martínez es quizás el hombre de la tripulación que toca la campana para avisar de la presencia del velero en medio de un banco de niebla o el que tira al mar salvavidas para posibles náufragos errantes. Lo tengo científicamente comprobado. Cada libro ha sido para mí un madero al que agarrarme en momentos complicados. Elogio de las estaciones tuvo el efecto de una botella de Johnnie Walker, la más absoluta ebriedad (el mejor libro, como el mejor escocés, es el que se bebe solo). Después llegó El paseo de los domingos –aunque quizás fue el revés– y comprendí que Julio Martínez era un héroe contemporáneo, un explorador de afueras endomingadas, cuyas geografías no se diferencian demasiado de aquellas que dibujaron las cóncavas naves de los argonautas.

Hace apenas unos días, por medio de ese correo del Zar entre Sevilla y Valladolid que es VJV, llegó a mis manos la obra que cierra la trilogía caminera y contemplativa de Julio Martínez: La noche de los granados (Fuente de la Fama). Durante estas últimas madrugadas me he embarcado en un batiscafo que me ha llevado a lo más profundo y superficial de la noche, con sus olores y vientos, sus apariciones y soledades, sus sfumatos del alba y sus rotundas horas negras, sus silencios y estruendos. Las noches de Julio nada tienen que ver con esas tinieblas comercializadas del ocio nocturno, tan mitificado por el cine y la literatura del siglo XX. Más bien es la noche medieval del monje somnoliento en sus maitines, la del enfermo y el insomne, la del perro abandonado o fugado, la de las presencias inciertas, la de las velas que mantienen viva la brasa de la claridad, la de los cabales. Es una noche de mil matices, descrita con maestría pictórica y con esa mezcla de celebración y gravedad que suele caracterizar la prosa de Julio Martínez.

Una vez más me vino bien tu libro, querido Julio. Así que, al lubricán, cuando salga del periódico buscaré una botella de clarete de Fuensaldaña para brindar por ti, por Valladolid y por ese inmenso mar que es la madrugada en el que, a Dios gracias, siempre flotan salvavidas como La noche de los granados.

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