La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
TRAS el delicado preludio del III acto se abre el telón y quedamos sobrecogidos por la tragedia. Qué tenue la luz azulada del amanecer sobre el dormitorio vacío. Se escucha una tos...
¿Dónde esta la alegría del pasado, las fiestas, el amor, la belleza, la pasión, el desenfreno…?
Violeta yace como una rosa que se deshoja. Ayer naciste, y morirás mañana. ¿Para vivir tan poco estás lucida, y para o ser nada estás lozana?
Los violines sollozan con nosotros que vemos como todo es fútil.
Pobre Traviata, sola, abandonada…
Quién no se ha conmovido cuando la joven y hermosa cortesana, aparece desmayada y frágil sobre el escenario.
Nos percatamos de la fragilidad de todo, de la fugacidad de la vida: Collige virgo rosas, coge niña las rosas, nos decimos, porque somos sabedores de que el tiempo es leve y fugaz y en cualquier momento la muerte nos sorprende.
Nadie como Verdi ha conseguido subyugarnos tanto y adentrarnos en la tragedia íntima de la joven que ha sacrificado todo por amor y se le escapa la vida del pecho frágil en el que arde todavía una hoguera inmensa. Adiós al pasado...
Qué romántico, qué trágico todo, amores imposibles, cuestiones irresolubles, el honor mancillado, los convencionalismos que aprisionan, el alma pura de la extraviada que todavía conserva resabios de candor, el padre arrepentido cuya férreo concepto de la tradición aboca a todos al dolor y la muerte…
Las jóvenes decimonónicas de crinolinas y estrechos corsés, suspiran y piden las sales pues se desmayan en los palcos dorados de los teatros italianos. Las góndolas venecianas regresan a los palacios de mármol y altas bóvedas pintadas con dioses mitológicos, con damas trastornadas por historias de romances imposibles.
Pero hoy, en pleno siglo, XXI también regresamos a casa, en Cabify o en patinete eléctrico, pero con el corazón encogido igual que entonces porque la música de esta ópera es intemporal y el drama del amor perdido es eterno y la presencia de la muerte, aunque no queramos verla, es perenne y está entre nosotros y se atisba entre la tramoya con la que queremos ocultar la esencia de este viaje al que llegamos y no sabemos nada: la vida, la muerte, el amor. Solo eso, desnudo, perenne, incólume. Y cuando Violeta grita,
¡Ámame Alfredo! desesperada, porque sabe que ya lo ha perdido para siempre, todos sentimos la tragedia porque todos hemos saboreado en algún momento las hieles del desengaño.
Cuando la joven tísica pronuncia las fatales palabras que extrano, io ritorno a vivere! todos sabemos que es la llama que precede al destino fatal. Bella, agotada, en plena juventud, cae mientras redoblan los timbales. Se cierra el telón y todos hemos muerto un poco con ella. Abrumados, hemos asistido a una función viva, que permanece imperecedera para todo aquel que asista a una función de ópera en el teatro, como la que podemos disfrutar estos días.
Emoción, pasión, amor, honor, desengaño, vida, muerte, habremos asistido a una catarsis y saldremos transformados por el arte. No lo duden, una experiencia insólita. No se lo pierdan.
También te puede interesar
Lo último