La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Ami sección en Canal Sur Radio llega la siguiente consulta: un oyente quiere saber si la expresión “parar quieto” (v. gr. “Esta chica no para quieta”) es correcta. Les avanzo la respuesta: “parar quieto” no solo es lingüísticamente correcto sino éticamente deseable. Parar quieta, la sublevación inmóvil, es lo más antisistema a lo que podemos aspirar en estos tiempos sin tiempo. Cuántas personas ni siquiera pueden permitírselo. Otras no se autorizan a sí mismas a parar quietas un ratito. Tal es el vértigo y su precipicio. Normal que vivamos en la angustia.
Pienso esto sentada al fondo de un café que me encanta, pues tiene amplias cristaleras a la calle y barra que frecuenta gente variada, rockeros de clavel, la pasante, la modernísima, el chino del chino de la esquina, el cabal de generosa guayabera... Ya he dicho alguna vez que me gusta la diversidad de Sevilla tanto como me disgusta su desigualdad. Desde este mirador aún es posible contemplar el ritmo de la ciudad una mañana de octubre o, mejor dicho, lo que queda de un ritmo suplantado por una aceleración creciente que nos lleva absortos con la lengua fuera. Nada hay más alienante que la prisa consecutiva. “Eugenio d’Ors declara –y Alfonso Reyes recoge– que lo que realmente nos repugna en Don Juan es lo vertiginoso, su vida de taxímetro del amor, ese apurar el vino de la existencia sin tomarle el gusto. Su redención tiene que consistir, pues, en tranquilizarse un poco, aprender a gustar con más calma de la vida, ser más contemplativo que activo”. También la nuestra.
Sevilla –o, ampliando, el Mediodía– parte con ventaja sobre el resto de Occidente en la misión humana más urgente, que es la de no tener prisa. De esto se pispó Ortega y Gasset –El ideal vegetativo no sé leerlo como una afrenta–, lo cuadró María Zambrano –que bien sabía que los claros del bosque esquivan al que va con bulla– y nos la dejó botando Antonio Machado: “La gracia está en pararse a ver, a contemplar, a meditar, en consagrarse un poco a las actividades quietistas. Quiero decir con esto que no pretendo educaros para hombres de acción, que son hombres de movimiento, porque estos hombres abundan demasiado. El mundo occidental padece plétora de ellos, y es su exceso, precisamente –no su existencia–, lo que trae el mundo entero de cabeza”. Las ciudades tienen su danza y compás, que puede mutar de manera natural o forzada. Y Sevilla está malogrando su tempo, que no tiene por qué ser ineficiente. En cierta ocasión escuché a un joven y dinámico hombre de éxito renegar ufano del ritmo y ciclos de esta tierra que lo parió. Lejos de seducirme, me inspiró penilla. Ya que el espíritu machadiano nos va a acompañar en estos días, vindico su ambicioso “aguarda que la marea fluya”. Contra el can’tstop, tiempo al tiempo.
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