Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Javier Arenas ganó las elecciones autonómicas en Andalucía en 2012, obtuvo un 40% de los votos frente al 39,6% del socialista José Antonio Griñán. A Arenas le sobraron los tres primeros meses de Gobierno de Mariano Rajoy; si no fuese así, hubiera gobernado con el respaldo de una mayoría absoluta. Arenas no se permitía errores, llevaba en la batalla andaluza desde que Aznar dejó de gobernar y había conjurado la peor de las amenazas: que los ministros del PP le estropearán una campaña electoral. En especial, a los más tontos, aquellos que se asomaban a la Bética con la visión del escritor medieval de la Crónica Mozárabe.
Es lo que ha hecho este jueves la ex ministra Isabel García Tejerina con su potente declaración en TVE: los niños andaluces de diez años saben lo que los de Castilla y León con ocho. ¿Todos? Ay, vaya, con las generalizaciones.
Los niños andaluces tienen un género propio dentro de la literatura política española.
Ana Mato, desde su residencia veraniega de El Puerto de Santa María, ya nos alumbró una vez al revelar lo que todos sabemos, pero callamos: que los niños andaluces “son prácticamente analfabetos”. Porque lo que subyace es eso: son analfabetos, y sus padres lo saben. Después hemos conocido que los suyos, los de Mato, eran muchos más listos, por eso eran reconfortados en fiestas muy populares. Eso fue en 2008, pero en 2011, la ex ministra volvía a la carga con su vista de lince, al revelar que los niños andaluces “estudiaban en el suelo”. Como los mahometanos en las madrasas.
Ya digo un género aparte, Artur Mas alardeó de que los niños catalanes sabía hablar mejor el castellano que, por ejemplo, los sevillanos, a los que “no se entiende”. Y el inefable ex portavoz del PP, Rafael Hernando, que prefiere presentarse por Almería a hacerlo por su Guadalajara natal, en un ejercicio teresiano de solidaridad, aseguró en 2017 que Andalucía recibiría 1.000 millones de euros más para que los niños dejen de estudiar en “barracones” y lo hagan como el resto de los escolares españoles.
Una de mis hijas estudió dos cursos de infantil en uno de esos supuestos barracones, que son, en realidad, caracolas; los de ella eran edificios prefabricados, con un doble tejado (uno de ellos a dos aguas) para evitar el calor y el frío y dotado con aire acondicionado. Claro, eso no quita que, en efecto, el gasto en educación por alumno en Andalucía siga siendo uno de los más bajos de España, pero como un reciente estudio de la Fundación BBVA/Ivie ha indicado, la inversión no es proporcional al nivel alcanzado. La mayor distorsión entre uno y otro factor se da, por ejemplo, en el País Vasco y en Madrid.
Pero a nadie se le ocurre tildar a los escolares vascos de mimados con poca educación. Sobre todo, porque no es cierto. Hay que cuidarse mucho de las injusticias estadísticas.
El siguiente caso lo ejemplifica.
Cristina Cifuentes, la del máster, declaró en la Cámara autonómica que los madrileños pagan 3.000 millones de euros para que “los andaluces tengan sanidad y educación” gratuita. Volvemos a lo mismo: ¿todos? ¿Y los andaluces que pagan impuestos? ¿Y aquellos sureños de la Bética que incluso pagan impuestos más altos que en Madrid?
Lo que subyace bajo las declaraciones de tanta ex ministra y dirigente del PP de allende Despeñaperros no es que los niños andaluces tengan un nivel educativo menor, sino que sus padres son conscientes de ello y siguen votando al PSOE. Y repito: ¿Todos?
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