La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
desde el fénix
POR desgracia, han coincidido en el tiempo el juicio de Marta del Castillo, cuyo cuerpo sigue desaparecido, y la desaparición, el pasado 8 de octubre, de los niños cordobeses Ruth y José, cuando estaban en el parque al cuidado de su padre. Quiera Dios que los niños aparezcan sanos y salvos y que la cuestión quede reducida a que el padre o la madre, en trámites de separación, los hayan raptado, para sustraerlos a la custodia del otro progenitor. No me cabe en la cabeza, como padre que soy de muchos hijos y abuelo de otros tantos nietos, que el padre, haya puesto fin a las vidas de sus hijos, de 6 y 2 años, por causa de sus desavenencias matrimoniales. Me resisto a creerlo, porque de ser así -y confío que no lo será-, el padre, José Bretón, de 40 años, sería uno de los mayores monstruos criminales de la historia, que, como tantos otros, tienen que haber perdido la razón para cometer su crimen.
A la fecha está imputado por dos delitos que podíamos considerar menores: simulación de delito, por fingir la pérdida de sus hijos, y por detención ilegal de esos menores. Se comprenden estas imputaciones, realizadas para evitar el riesgo de fuga y, sobre todo para tenerlo a mano. Pero estas imputaciones no se podrán mantener mucho tiempo, porque se basan en suposiciones y, de seguir las cosas como están, el recurso de su abogado contra el auto de prisión será probablemente estimado. De todas formas, el mantenerlo en la cárcel no parece algo indispensable (salvo por el riesgo de fuga), porque su comportamiento en las declaraciones y en las tareas de investigación ha sido de colaboración. Además, sus conocidos, dan buenas referencias de él como persona "tranquila, culta, dialogante y extrovertida", y les cuesta creer que José sea el responsable. Sus imágenes en televisión llaman la atención por su calma y compostura. Sólo el dato de sus servicios militares en Bosnia, que le podían haber ocasionado un trastorno mental; la circunstancia de que encendiera una hoguera para quemar los recuerdos de su ex mujer y sus prisas para que acabara el reconocimiento en la finca de los abuelos, ya que no quería perderse el partido de fútbol que quería ver en televisión desde la cárcel, desentonan un poco de ese favorable retrato.
A esos niños los queremos vivos. Si el padre o la madre los han secuestrado, deben saber que esta situación no puede ser indefinida y que estamos dispuestos a perdonarles su acción, por muy equivocada que haya sido. Da igual dónde los hayan tenido. Lo que todos queremos es que aparezcan sanos y salvos. Son dos criaturas que tienen todo el derecho a vivir y nadie, salvo Dios, puede quitarles ese derecho.
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