Niño-Dios de esta noche

24 de diciembre 2024 - 03:08

Un buen puñado de poetas españoles, quizá especialmente en Andalucía, mantenemos viva la tradición del poema navideño o villancico. Ésta arranca con Juan del Encina y Álvarez Gato y ha tenido hitos de oro como Lope de Vega y Góngora y, en el siglo de plata, Luis Rosales, García Baena, Carlos Murciano y Aquilino Duque. Se han publicado libros personales y también antologías. La última se llama Villancicos y la ha editado Renacimiento en su preciosa colección de rayas.

Lo bonito de la tradición es que no para quieta, porque está viva, transmitiéndose, y este año ya hemos recibido villancicos que merecerían estar en la antología, pero que se han escrito después. El propio José Mateos, que ha reunido junto con José Julio Cabanillas, los villancicos en la edición de Renacimiento, ha mandado este año uno que hubiese merecido antologarse.

Reza así: “De todo eso/ que nos deslumbra/ y maravilla,// un buen montón/ es calderilla.// El resto –poco–/ sólo un pedazo/ de pobre arcilla.// La que en tus manos,/Niño-Dios de esta noche/ hornea y brilla”.

Arranca con desengaño barroco: es nada todo. No hace falta echarle la culpa, como está de moda, a la moda, al consumismo o al capitalismo ni a nada. El ser humano se ha deslumbrado con la calderilla brillante desde el comienzo del mundo.

José Mateos es un poeta que siempre da otra vuelta de tuerca. Lo que no es brillo… tampoco es mucho. Los seres humanos somos poca cosa. El poeta, que ha pasado una enfermedad muy dura, sabe de lo que habla y puede callárselo. “Poco” y “pedazo” y “pobre” ya nos permiten ponernos en situación.

Y en esa situación es cuando se produce el estallido de luz y de alegría y de esperanza de esta noche, llamada “buena” con más razón que un santo. Ese pellizco de arcilla, nacido en la pobreza del pesebre, sin nada de lo que nos deslumbra y maravilla (¡todavía no han llegado ni los Reyes Magos!) es mismamente Dios. Él, al encarnarse, ha convertido esa pobre arcilla en un pan (“Belén” significaba la “casa del pan” y todo remite a la Eucaristía). No sólo el logos ni nada más que el espíritu del hombre, sino su misma arcilla queda redimida: brilla. Nos deslumbra, de otra manera, y se hornea, porque hay calor. Ser hombre, de pronto, se ha convertido en una cosa muy seria, muy honda, muy cálida. Y –ya puestos– hasta lo que brilla –ya vienen los Reyes– será redimido por este Niño que ha venido a salvarnos. ¡Buena Nochebuena!

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