La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La felicidad de fundar un colegio con éxito en Sevilla
Sine die
No pretendo llevar razón ni considero que mi visión sea la acertada, pero pienso que un lector no es lo que buscan las editoriales de best sellers ni los escritores de obras de consumo. La lectura es un acto casi sagrado que debe estar por encima de esas visiones mundanas y de proyectos exclusivamente crematísticos e inmediatos. El lector es una cosa y el devorador de folletines otra. El hecho de la lectura significa en sí mismo un acto de retiro, de elevación mental, supone un momento de encontrarse consigo mismo a través de otra persona que nos sirve de intermediario al escribir. La lectura nos permite dialogar con los autores vivos o, como dijo Quevedo, mantener conversación con los difuntos y escuchar con nuestros ojos a los muertos.
Que la lectura está en evidente retroceso en relación con los avances de los medios audiovisuales es un hecho real. Los optimistas quieren creer que se lee más que nunca, que se venden más libros que nunca, incluso que leer es hacerlo en el móvil mientras se camina y escribir es chatear con los amigos. Puede que esté equivocado, pero para mí un lector y la lectura son otra cosa. Y un libro es algo más que un tocho de páginas encuadernadas ideal para un regalo de aniversario.
Un buen amigo mío, profesor de Secundaria en un instituto público, comenta la falta de jóvenes y adolescentes lectores y el escaso interés que muestran por las denominadas humanidades y ciencias sociales. Me cuenta que durante el recreo algunos juegan al fútbol o al baloncesto, otros vociferan sin sentido y tan sólo una niña preadolescente coge un libro y se aísla en un rincón del patio para dedicarse a la lectura. Suele leer novelas de aventuras y para el resto de sus compañeros es un bicho raro, una rara avis, o como dicen ahora una friki. La niña es afable en el trato, muestra interés por las clases de Historia del Arte y Literatura y habla sin afectación, construyendo las frases correctamente tanto al hablar como al escribir.
Esta niña ha sido inoculada por el denominado virus lector que ya le acompañará para siempre. La grandeza del lector es que puede leer lo que quiera, a diferencia del espectador pasivo que ve lo que ponen. Esperemos que a esta niña lectora no la eche a perder el sistema ni se deje influir por los mediocres que suelen disimular su envidia con comentarios destructivos y esconder su necedad bajo el manto de las risas.
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