¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
En 2006 viajé a Venezuela invitado por el Gobierno de Hugo Chávez con motivo del encargo de unos buques que había contratado con los astilleros de Navantia. Chávez aún gozaba de un gran apoyo popular, había ganado un referéndum revocatorio impulsado por la oposición y había salido victorioso de una intentona de golpe de Estado en la que llegó a estar detenido, el régimen alardeaba de los réditos sociales que le había dado la intervención estatal en las explotaciones de petróleo, pero ya había síntomas inquietantes de la deriva autoritaria del líder militar, no le gustaban los jueces, acosaba a la prensa libre y se había echado de amigos a los dirigentes de la dictadura cubana y de la teocracia iraní.
Al regreso de la realización de uno de sus programas televisivos –Aló, presidente– en el Estado de Sucre, varios de sus partidarios se colaron en la avioneta que nos llevaba a los periodistas a Caracas. Grandes como tepuis, musculados obsesivos, los tipos amenazaron al piloto para que prosiguiese el viaje; les llamaban los gorilas rojos por su volumen y el color de sus camisetas, y formaban parte de los encargados del orden que siempre rondaban los actos del presidente. Aquello no auguraba nada bueno.
La intervención estatal del petróleo sólo alimentó la avaricia de los dirigentes corruptos, Chávez rompió en lo que era desde el principio, otro líder populista de la izquierda americana, la clase media se arruinó, la alta se marchó y los pobres de los cerritos de Caracas comenzaron a enfadarse. Después le sucedió este trasunto de Maduro, un personaje que camina entre Chávez y El Puma, que no cuenta con el apoyo de los cerritos y que ha llevado la país a un austericidio cubano que ha provocado la salida de seis millones de compatriotas.
A Lula da Silva, que también gobernaba en tiempos de Chávez, nunca le gustó este régimen, como al socialista Gabriel Boric, que ha sido uno de los primeros mandatarios americanos que denunció el fraude electoral del pasado domingo. Un grupo de dirigentes, entre los que se encuentra el de Estados Unidos, trata de negociar la salida de Nicolás Maduro sin que haya más derramamiento de sangre. Se podría retirar a Nicaragua, Cuba, Rusia o Irán, donde mandan sus grandes amigos.
Cuando los cerritos bajaron a protestar a Caracas por el falsamiento, cuando comenzaron a ser derribadas las estatuas de Hugo Chávez como símbolo final de todos los dictadores, Maduro sacó a sus gorilas rojos a reprimir al pueblo, a detener a los opositores y a secuestrar a los testigos del escrutinio en los colegios electorales.
También te puede interesar
Lo último