Isidoro Moreno Navarro

El nerviosismo de los mercados

La tribuna

14 de enero 2015 - 01:00

LOS mercados están nerviosos", escuchamos diariamente desde la convocatoria de elecciones generales en Grecia ante la más que probable victoria de Syriza y también por la prácticamente segura ruptura del bipartidismo que ha caracterizado a la segunda restauración borbónica en el Estado español. Se señala que este nerviosismo se debe a la inestabilidad que provoca la incertidumbre política. Convendría aclarar qué son, en realidad, los mercados y qué hay que entender por inestabilidad. Cuando se dice los mercados, se está haciendo referencia, aunque ello se maquille con esa expresión, a los capitales financieros y a las instituciones que defienden los intereses de éste, en el caso europeo principalmente el Bundesbank alemán y el BCE, ambos en línea con el FMI.

Y cuando se apunta a la inestabilidad, ésta consiste en que quienes manejan esos capitales dudan sobre si nuevos posibles gobernantes en algún país serán tan sumisos como los actuales a sus intereses. Es lógico que prefieran la estabilidad que desde los años ochenta, en prácticamente todos los países de Europa, supone el pacto de la alternancia -que es lo contrario a la posibilidad de alternativas- entre lo que llaman centro-derecha y centro-izquierda, aquí PP y PSOE, que son en realidad dos franquicias, con leves diferencias más que nada cara a la galería, de una misma empresa: la de los mercados, es decir, la gran banca internacional y las corporaciones del Íbex 35.

Sin duda, quienes aspiran, desde uno y otro partido, a ser "políticos de oficio" (en expresión de Blas Infante) pugnan por sentarse en los sillones de parlamentos y gobiernos pero no para hacer políticas significativamente diferentes sino para administrar los intereses de "la empresa". Aunque rivalicen entre sí por ser sus administrativos, ambos pactan y obedecen cuando quienes mandan les llaman al orden, como ocurrió con Zapatero cuando fue requerido para que, en cuarenta y ocho horas, él y Rajoy modificaran, sin consulta alguna a los ciudadanos, la hasta entonces sacrosanta Constitución, como medio de blindar los beneficios de la banca, anteponiendo el pago de la deuda -que había pasado de ser principalmente privada a pública- a las necesidades sanitarias, educativas, de vivienda, de empleo, de pensiones y de otros ámbitos imprescindibles para una vida mínimamente digna.

Los mercados quieren, desde luego, estabilidad política y van a hacer cuanto esté a su alcance, que es mucho, por mantener esa estabilidad, consistente en que los partidos con una cierta posibilidad de gobernar o con fuerza de oposición sigan aceptando dócilmente su subalternidad respecto a las directrices de las grandes instituciones del capital transnacional y mantengan a raya las protestas, con leyes ad hoc y/o estacas. Como tampoco dudan en desestabilizar políticamente a aquellos países cuyos gobiernos no les sean sumisos con golpes de Estado "institucionales", como ocurrió en Honduras o Paraguay, financiación de grupos de oposición violentos, campañas mediáticas internacionales de desprestigio y otros procedimientos no precisamente democráticos. La estabilidad política será buena o mala según garantice o se oponga a la dictadura de los mercados.

Actualmente, los poderes de la globalización neoliberal están tranquilos sobre la posibilidad de sufrir derrotas a nivel mundial o de los grandes ámbitos continentales (Europa, América Latina, Norteamérica, el Sudeste Asiático…). A estos niveles, el cuestionamiento de la dominación del capitalismo financiero no pasa del nivel teórico o de sectores minoritarios y las grandes crisis del sistema son, hasta ahora, resultado de su propia lógica de funcionamiento. Su flanco débil lo constituyen aquellos otros niveles en los que las personas y los colectivos sociales tienen posibilidades de protagonismo, de influir políticamente en las decisiones y de crear instrumentos desde una lógica diferente a la que tiene como objetivo la multiplicación de las ganancias. Es en el nivel de los estados nacionales y de los pueblos-naciones sin Estado, de los municipios y comunidades, y de los sectores sociales con identidad propia, desde los que el sistema puede ser enfrentado con posibilidades de éxito y donde caben, y ya se están dando a pequeña escala, experiencias económicas, culturales y también políticas que responden a la lógica del interés de las personas y no de los capitales, prefigurando sociedades diferentes sin una tan escandalosa concentración de la riqueza y el poder como existe hoy en casi todas partes.

Esto es lo que explica el nerviosismo del capital financiero y de las grandes corporaciones empresariales cuando los hasta ahora consumidores de votos se plantean convertirse en ciudadanos y reivindicar su derecho a la soberanía política, alimentaria, económica… Cuando esto sucede, o puede suceder, los mercados tienen razones, desde su lógica e intereses, para ponerse nerviosos.

stats