La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Minerva, la diosa del gobierno local
Estamos sufriendo una oleada de invitaciones a supuestas puestas de largo (que de tal cosa sólo conservan el nombre) del que las sabuesas ministras Montero y Belarra no dicen ni mú. Debe ser que no les han invitado a ninguna. Eso que llevan ganado. La sociedad del lenguaje inclusivo hasta el absurdo y de la ley del bienestar animal traga dócilmente con estas fiestuquis porque, en el fondo, todo acto con barra libre acaba por funcionar. ¡Es la economía y la participación, estúpido! Da la risa cuando recibes la invitación a una y al fin no deja de ser una botellona con camareros y, eso sí, con los padres (pagadores) presentes. La mayoría no tiene ni pajolera idea del origen del nombre de estas fiestas ni de su antigua motivación principal. Las protagonistas –se supone que de 18 años– hace tiempo que tienen una agenda social apretada y no hay que presentarlas, que era lo que hacía la alta nobleza en estas ceremonias y ahora se trata de imitar.
Eso de vestir de largo por primera vez ha quedado entre ñoño y vintage en la mayoría de los casos. Basta salir un sábado por la noche, bastante después del horario de Informe Semanal, y comprobar cuanto hay por la calle... Estas neopuestas de largo no son más que una moda consumista y sin criterio, insufribles como la mayoría de todas ellas. Y además, un puntito irrisorias cuando se aprecia el intento (tal vez inocente) de imitar las añejas costumbres de la aristocracia. Ahora hay hasta una suerte de puestas de largo masculinas. Cáspita, en eso sí que hemos avanzado, pero no porque lo exija la igualdad, sino la sociedad de consumo que necesita que el ratón de la actividad económica no deje de mover la rueda del gasto. Hay que hacerse objetores de estas neopuestas de largo como de las pedidas de mano. Es preferible que a uno le inviten directamente a un cumpleaños. A las cosas por su nombre. Sobre todo para que no ocurra como aquella boda pretenciosa donde convocaron a gente muy fina a un cortijo muy escondido que no se solía alquilar para cuchipandis y donde el almuerzo se celebraba en unas estancias en principio muy originales. Tanto lo eran que un invitado le susurró al otro: “Fíjate bien, aquello son los abrevaderos y ahí están las argollas donde se amarraban los caballos. Estamos comiendo en las caballerizas”.
Uno solo puede pedir algo de piedad si le hacen ir a una neopuesta de largo. Y es que no le hagan subirse a un autobús donde acaba pegando botes al pasar por un camino de piedras y con la chaqueta hecha un guiñapo. O, al menos, que le dejen ir en guayabera si hace calor. Todo lo que no sea la Casa de Pilatos ni es puesta de largo ni es ná. Rechace imitaciones. Y que beban las bestias. Me refiero a los caballos.
También te puede interesar