Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
La tribuna
LAS Cortes de Aragón acaban de aprobar una ley que avanza en la igualdad en las relaciones familiares ante la ruptura de convivencia de los padres. En ella se establece la prioridad de la elección del régimen de custodia compartida cuando la pareja desea romper, buscando un reparto de las responsabilidades de cuidado y educación de ambos progenitores y logrando salvar, de esta forma, el derecho de los menores a seguir disfrutando de ambos padres tras la disolución de la convivencia de éstos. La ley ha sido aprobada con el voto favorable de todos los grupos políticos, excepción hecha del único representante de IU. Si bien es interesante que un partido de izquierdas, que se declara progresista por principio, no apoye una propuesta de modificación legal que busca superar modelos de familia arcaicos que la sociedad ya ha superado hace tiempo, esto no es lo más importante. Aún más interesante es que este mismo grupo político acaba de presentar un proyecto en Navarra con el mismo texto e intención, cambiando tres palabras, la numeración de algún artículo y una disposición final. Y uno ya no sabe qué pensar.
Según Vattimo, el pensamiento débil se define como la elección de la libre interpretación frente a las creencias y verdades únicas de los partidos; por ejemplo, frente al elitismo intelectual de la primera mitad de siglo XX, la exaltación de lo popular, especialmente si tiene un tufo multicultural y de apoyo a las minorías, sean éstas reales o no. Este tipo de pensamiento le ha venido muy bien a todos aquellos grupos que, deseosos de perpetuarse o hacerse un hueco como fuere, han visto en el relativismo y el adanismo una forma de sobrevivir ante la vulgar realidad de los hechos, antes de que éstos les aguaran la fiesta y, todo hay que decirlo, el negocio. Sin embargo, en su elección por la fuga saeculi lo único que consiguen es aumentar la distancia del ciudadano.
Vivimos una época donde necesitamos clavos. Clavos donde agarrar las maromas de nuestras aspiraciones, del proyecto común, de los intereses de todos y también de los derechos de todos. En épocas de zozobra como ésta una vez más asentimos al comprobar que nada hay tan práctico como una buena teoría. Para encontrar la teoría hay que ir al origen y coger la solución más sencilla, sin adornos manieristas que, hoy por hoy, saltan a nuestros ojos como la tinta sobre la cal. Ya no es momento de palabras huecas, de juegos de manos, ni aspiraciones universales. Si no somos capaces de resolver los problemas domésticos, cómo podemos aspirar a salir a la calle.
Los necesarios clavos están formados por la identidad que elegimos, por aquello que decidimos debía representarnos o mostrarnos a los demás. Todo eso está desapareciendo a un ritmo mucho más rápido del que la mayoría quiere aceptar. Y esto se extiende a elementos mucho más cercanos que los propios partidos políticos y sus supuestas señas de identidad que, como en el caso de IU, son tan laxas como así se decida por los comités autonómicos. Como ejemplo cercano tomemos Córdoba, que acaba de perder una de sus señas de identidad, intervenida por el Banco de España. Cajasur pronto dejará de existir, y con ella una parte de lo que define la identidad de esta provincia. Es el espíritu de los tiempos, seguramente una acción necesaria, pero esto no es más que la escenificación de un fracaso, el principio del fin de una era caracterizada por estar llena de grupos que no desean que su mundo se vea afectado, deseosos de que a ellos no les roce los problemas y así vivir hacia dentro, olvidándose de que la esencia de la vida en comunidad se lleva a cabo en la calle y la plaza.
Las medidas del Gobierno que han venido a afectar a los funcionarios nos dan otra pista sobre lo que está ocurriendo. De repente, como si acabara de llegar, todos los funcionarios con los que tengo relación se han puesto ha hablar de la crisis. Hasta ese día era algo que no iba con ellos, que veían lejano, afectados y tristes la mayoría, pero nada que a ellos les inquietara especialmente. Ahora son uno más, como lo es el panadero, el periodista o este que escribe.
A diferencia de otras épocas, en la actual la conducta de uno afecta a una multitud. Primero, porque es publicitada con rapidez; segundo, porque los intereses están cruzados en niveles que apenas alcanzamos a comprender. Nuestro presidente no va a llevarnos al abismo porque sencillamente no le van a dejar otros, allende nuestras fronteras. Y eso no se lleva a cabo por interés filantrópico, sino por pura necesidad, para no verse arrastrados en la cordada.
Necesitamos clavos, necesitamos llenarnos de ideas sobre las que construir la conducta ha seguir. Los modelos de conducta han sido guías para el hombre en toda época. Si no existen corremos el riesgo de que charlatanes populistas o oportunistas sin escrúpulos llenen el vacío. El conocimiento no es sino el esfuerzo del hombre por separar aquello que antes estuvo próximo, tan cercano que, en infinidad de ocasiones, se confundió. Las prácticas de nuestra clase política no sólo les excusa de tener una mínima formación de base, sino de defender nociones lógicas que sostener por tiempo. En el relativismo todo es interpretable en función del momento y los intereses. Donde por la mañana dije digo ahora digo Diego. Lo que pretendía ayer azul lo torno hoy verde claro, pues así me es más útil. Todo con una intención: no responsabilizarme de nada.
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