La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
La ciudad necesita descansar de tanto ruido como nos ha provocado la Semana Santa. Hay un hartazgo de los excesos, de los pronósticos de lluvia, de debates sobre asuntos triviales. Nos ha faltado oír la entrevista a un catedrático de las petaladas. Debemos estar a diez minutos de que exista esa cátedra en alguna pretenciosa universidad privada. La falta de cofradías en la calle ha impedido que se nos vean ciertas costuras (menos mal, alcalde Oseluí) pero ha evidenciado otras. Demasiadas horas libres. La ciudad debe descansar, olvidar y ya veremos si rehabilitar, porque estamos a la espera del debate de los horarios e itinerarios de la gran procesión que rematará el congreso en diciembre. ¡No paramos!, que nos criticaba con razón la alcalde Soledad Becerril. Nos ha quedado una Semana Santa algo chunga, por decirlo coloquialmente. Chunga porque la mayoría de las cofradías se han quedado en los templos, chunga por las conductas indebidas apreciables en demasiados que se dicen cofrades, y chunga porque esta fiesta ha concitado a una elevada cantidad de público experto en el 'check in' de los hoteles, pero sin pajolera idea de moverse por las calles.
Hay poca cera que retirar y mucho sobre lo que recapacitar. Tik Tok es un peligro para la Semana Santa como lo han sido y son las sillas plegables. El bobo se viene arriba con horas por delante sin pasos en la calle. Pero ahora toca descansar de unos excesos que no se mitigan por salir pocas cofradías. Al contrario, pareciera que algunos se potencian. ¿Quién nos librará de tanta farfolla? Hay quien tiene claro que es cuestión de años. La baja natalidad de los últimos tiempos derivará más pronto que tarde en una reducción de los cuerpos de nazarenos. Pero Sevilla es capital mundial de la piedad popular, como proclama el arzobispo Saiz. Y eso supone la apuesta oficial, cuando menos, por una marca desde el punto de vista turístico. Pese a esta declaración de intenciones vemos a las autoridades civiles muy por detrás de la evolución de la fiesta más hermosa. Cuando todavía no saben cómo luchar contra las sillas plegables se les dispara el turismo. Cuando se implantan aforamientos y la Ley Seca, se comienza a dudar de estas medidas por cambios en el color político del gobierno. La pos-pandemia ha afeado la Semana Santa, como ha ocurrido casi con todo. Nos ha quedado una Semana Santa de Ryanair. O, dicho en tono de chacota, de Racanair. ¡Bendita sea la lluvia que ha cargado de agua los pantanos! Quién sabe si encima nos hemos librado de males mayores. Mantengamos los cinturones puestos hasta que lo diga el comandante.
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