La navidad es de los niños

20 de diciembre 2024 - 03:07

Hace sesenta años Palomares del Río era un pueblecito sevillano de no más de varios cientos de habitantes, entre Coria del Río y San Juan de Aznalfarache. En la aldea en la que vivía, Cuatro Vientos, en la carretera de Almensilla, solo había catorce o quince familias de un penoso poder adquisitivo. Más o menos por estas fechas los vecinos encendían una candela que no se apagaba en toda la Navidad y en la que los niños asábamos bellotas silvestres, castañas y caracoles. Nuestras madres llevaban la cafetera y algunas, las más atrevidas, la olla del puchero. La candela era esos días el centro de nuestras vidas. Siempre había algún vecino generoso que llevaba una botella de aguardiente y un buen plato de mantecados, que los niños agradecíamos cantando villancicos populares, aquellos de Camina la Virgen pura, Madre en la puerta hay un niño y otros típicos de esa comarca, con platillos y triángulos que hacíamos nosotros mismos, además de la clásica pandereta o el cántaro. No sabíamos quién era Dios, porque no fue nunca a Cuatro Vientos, pero adorábamos al Niño Jesús, que aunque tampoco estuvo nunca, que sepamos, daba la casualidad que cuando nacía teníamos dulces, unos zapatos nuevos y juguetes en Reyes. ¡Cómo no íbamos a querer a la criatura!

Las casas de Palomares no cerraban las puertas y las visitábamos cantando villancicos y campanilleros. Los moradores salían con el plato de alfajores y la botella de anís. A veces, no siempre, nos daban el aguinaldo, que acababa en el futbolín de Ricardo o en el Molino, donde vendían unos arenques que parecían barbos prensados. ¡Cómo no íbamos a querer a la Navidad si eran los únicos días felices del año, con pantaloncitos nuevos y la barriga bien llena. Mi madre, pobre y enlutada, como tenía menos fondo que una lata de anchoas, se llevaba meses coleccionando sellos de las tiendas, que en Navidad canjeaba por mantecados, garrapiñadas, cortadillos y mojones de perro en la casa de Carmen Pichardo, la que luego fue primera alcaldesa socialista del pueblo y la democracia. Íbamos con un cajón de madera y lo llenábamos. Mi madre lo guardaba bajo llave en el ropero y dormía la siesta con un ojo abierto. Así y todo, la necesidad de almíbar en la sangre nos agudizaba el ingenio y le buscábamos las vueltas para desclavar la parte de atrás del ropero y robar los dulces. Le dejábamos siempre alguno al Niño Jesús en la ventana del dormitorio por si nos visitaba, pero nunca fue. No le gustaban los mantecados. ¡Cómo no nos iba a gustar la Navidad si todo era sonar un almirez y llorábamos de felicidad!

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