Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
Aquí traigo una declaración de amor a la naturalidad, que es a la vez un don y una conducta. La cualidad de ser genuino, auténtico, lejos de artificios y pretensiones. La manifestación más sincera de uno mismo, sin máscaras. Autoaceptarse sin necesidad de impresionar a los demás. Regirse fielmente por los propios valores y creencias. Parece un ideal, pero es una realidad. Hay personas que la tienen, la cultivan y la regalan a los demás, y eso es motivo de gozo.
Decía Nietzsche que la sencillez y la naturalidad son el supremo y último fin de la cultura. En el toreo, la suerte natural es el principio y el fin, el alfa y el omega. Es un canto a la belleza. La suma dificultad disfrazada de facilidad. Arrebujarse con el toro en la verticalidad, en la armonía de la figura, sin poses, con el brazo caído, la mano abierta, sin impostura. Es lo más minimalista del toreo. Belmonte, Manolete, Ordóñez, Pepe Luis, Urdiales, José Tomás, Aguado, por un segundo el joven novillero Bombita en una tarde del pasado mes de septiembre en Constantina, Morante, Morante, Morante…
Se puede considerar rico aquel que tenga una amistad que se rija por este principio de sinceridad que es la naturalidad. No hay nada en el mundo que pueda compensar una relación así. Ni siquiera una pasión devoradora puede brindar tanta satisfacción como una amistad silenciosa y discreta.
En la vida, en el amor, en la conquista o la seducción, lo real, lo sincero, es lo que de verdad resulta atractivo y de valor. Las personas somos tendentes a copiar lo que nos gusta o nos parece interesante. Nos inspiramos los unos en los otros para alcanzar un ideal que generalmente es irreal. Eso ha pasado desde que el hombre es hombre, pero ahora, en este mundo de Instagram y Tiktok (o como se escriba) ya no se trata de inspiración, sino de imitación compulsiva. Muerte a la autenticidad. Las personas sin artificios son buenas para el cuerpo y el alma, como una copa de amontillado a la una de la tarde.
Es irresistible el hombre que posee los tres dones, la santísima trinidad de la excelencia: inteligencia, bondad y gracia. Creo que hay plegarias, quinarios y novenas a todos los santos del cielo para pedir que se cruce en tu camino un hombre con gracia natural. Ése, haga lo que haga, tiene, de entrada, media batalla ganada.
La belleza natural de una mujer no radica en lo simétrica que tenga las facciones o lo estilizado de su cuerpo, sino en la gracia sincera de sus movimientos, expresión y pensamiento. No hay elegancia si no es natural, y se manifiesta en la forma de vestir, pero sobre todo en la discreción, austeridad o sencillez de la conducta. En la maestría con la que se desenvuelva en sociedad y la ausencia de afectación como componente clave de su comportamiento.
Una vez me dijeron que yo tenía elegancia humana, y aunque en la vida siempre nos resulta más fácil creer las peores críticas, yo decidí aceptar esas palabras como las más bonitas que me han dedicado nunca.
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