La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Arquímedes aseguraba que con una palanca que ejerciera fuerza en un punto de apoyo adecuado sería capaz de mover el mundo. Al rebufo de este principio, las finanzas acuñaron el término apalancamiento para ilustrar cómo el crecimiento y la rentabilidad de una empresa se multiplican con un endeudamiento, siempre y cuando éste tenga un coste inferior al beneficio que produce su empleo o inversión. En la política española, la palanca del independentismo está moviendo nuestro mundo con inusitada energía, hasta el punto de convulsionar a la opinión pública. Un mundo pequeño, el catalán, en el que se obran prodigios como el de aglutinar churras de botigers y otros catalanes de pura cepa, conservadores, católicos y de derechas; merinas socialistas de origen charnego, pero de fe conversa al independentismo -una oveja contradictoria: roja y separatista--, y payoyas con base ideológica anarquista y rural. Junts, ERC, CUp y los palmeros de la constelación Iglesias ejercen la palanca de la república. Con ese albondigón patriota, los caminos de la reclamación y de la insumisión al Estado eran impredecibles. Y son violentos.
La palanca de las manifestaciones, algaradas y vandalismo por la lucha por la libertad de expresión de un rimero iluminado como Pablo Hasel no es lo mismo que la reclamación de referéndum y autodeterminación. Pero suma en ese sentido, hace palanca para mover a sus propias fronteras al mundo de la nación, el mundo pequeño, idílico y sometido: los bucles melancólicos del independentismo español, o sea, vasco y catalán, están hechos de señores de misa diaria y ahorros de seis cifras mezclados con antisistemas y otras especies políticas y sociales. Noche tras noche, un cóctel de idealistas, soldados de la patria con sudadera y delincuentes con pedigrí se mestizan para combatir a una policía autonómica y local desamparadas por las autoridades. Barcelona arde casi por cualquier cosa: porque este asunto del rapero es una excusa, un detonante más.
La economía catalana sufre un daño extraordinario -o sea, extra- por su situación política. Sus chicos de la gasolina -Arzalluz y su gran metáfora- se les van de las manos: si siembras que el bien superior lo justifica todo, reventar la ciudad, los negocios y hasta meterle fuego a un policía dentro un patrullero son parte de la causa. Y esas alimañas envenenadas por la palanca de la lucha contra España han sido alimentadas y jaleadas por el procés. A ver quién mata a esa rata ahora, promotores y palanca del mundo pequeño catalán.
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