Un mundo sin gordos

17 de octubre 2024 - 03:07

Algo empezó a torcerse en el mundo cuando Cruzcampo decidió someter a Gambrinus a un estricto plan de adelgazamiento. El barrigudo y jovial icono de la conocida marca de cerveza dejó de mostrar su desmesurada panza para presentarse como un fofisano que, probablemente, saldrá a correr por el parque para molestar con sus jadeos a los que van allí a pasear tranquilamente entre la floresta y los trinos del petirrojo. Hasta hace poco, todos sabíamos que la gula era un pecado mortal postizo, casi puesto en la lista para rellenar. El malo de verdad, el que te podía mandar a lo más hondo del Averno, era la lujuria. No se condenaba uno por devorar con pasión los alimentos del banquete terrenal que ha puesto Dios a nuestra disposición. Lo que se esperaba de un obispo o una madre superiora es que luciesen gordos y redondos, como felices servidores del Salvador. Junto a las cocinas palaciegas y los restoranes burgueses, nadie ha hecho más por la gastronomía europea que los conventos, monasterios y abadías que aún hoy salpican la pequeña y humana geografía del Viejo Continente. Por algo, Álvaro Cunqueiro llamó a su gran libro sobre el comer y el beber La cocina cristiana de Occidente.

Los tiempos cambian y los pecados le acompañan. La lujuria ha dejado de figurar como la gran aliada de Satán para ser suplantada por la gula, la principal falta de nuestra época. Hoy ni al Papa le escandaliza que un señor o señora pueda ser zoófilo o coprófilo, pero ay de aquel que tenga un kilo de más o que se abalance con entusiasmo sobre una fuente celestial de arroz con leche. El infierno de hoy es una gran clínica de adelgazamiento. Queremos un mundo famélico.

Los gordos eran antes asimilados con el buen humor y la prosperidad, incluso con la bondad. Hoy, por el contrario, se les considera haraganes y enfermos, insolidarios que cargan al sistema público de salud de gastos que lastran su capacidad de atender a los deportistas lesionados. ¡Es una epidemia!, dice la medicina moderna. Tanto que, como ya sabrán, en el Reino Unido le van a inyectar fármacos adelgazantes a los parados obesos para intentar así que salgan de la espiral de pereza y atracones en la que se supone que viven envueltos. Así podrán ser empleados canijos, como los gorrillas.

Soy consciente de los riesgos y problemas para la salud que conlleva la gordura, pero también de la sequedad de alma y gesto que se les queda a los fanáticos de la delgadez, aquellos que siempre están olisqueando los platos ajenos y presumiendo de sus magras carnes. Además, uno mira a la historia y nada más que ve gordos venerables: Chesterton, Agustín de Foxá, Churchill, Lezama Lima, Buda, Neville, Orson Welles, Charles Laughton ... casi diría que son los mejores. ¿De quién pueden presumir los enjutos? ¿De Pedro Sánchez?

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