¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El arte de renombrar un puente
Cuchillo sin filo
PIENSO, desde hace algún tiempo, que la única salida a la situación económica es un fuerte crecimiento de la productividad, derivado de alguna combinación de tecnologías, como la que en los años noventa unió la informática y las telecomunicaciones, dando lugar a uno de los períodos de mayor prosperidad de la economía mundial. Los países que primero y más eficazmente utilizaron estos conocimientos y máquinas, vieron crecimientos fortísimos en sus economías (aunque no siempre bien gestionados), que luego se difundieron por todo el planeta.
El experimento de la semana pasada en Ginebra, conocido como LHC (Large Hadron Collider), aparte de su espectacularidad, ha de ser la fuente de desarrollos tecnológicos que cambien nuestra organización económica. El experimento intenta, generando una velocidad próxima a la de la luz, una colisión de partículas que produzca intensas concentraciones de energía y recree o aproxime las condiciones en las que se originó la materia. De la misma manera que el descubrimiento del electrón en los albores del siglo XX ha dado lugar a los avances tecnológicos actuales, el proyecto LHC, que tiene como objetivo la energía, cambiará, aunque sea dentro de muchos años, las relaciones económicas y la satisfacción de necesidades tal como hoy las entendemos y vivimos.
La materia es una complejísima estructura de partículas en movimiento que, sin embargo, adquiere masa y se mantiene cohesionada; la energía que hay presente en ella es conocida desde que se liberó la energía atómica. Entre los dieciséis elementos identificados en la materia están los electrones, los fotones que nos permiten saber algo sobre la luz, los que nos dan acceso a la energía nuclear y nos descubren la radioactividad, o la fuerza electromagnética que hace posible, a nosotros y a las cosas, tener forma. Peter Higgins, de la Universidad de Edimburgo, propuso hace más de cuarenta años la existencia del elemento número diecisiete, una partícula que sería el fundamento de las demás, el mecanismo por el que la materia adquiere masa.
El coste del proyecto, casi 6000 millones de euros, es llamativo, pero mucho más que participen 9000 científicos de 80 países, lo que lo convierte en algo de alcance global. No cabe duda que se están generando aplicaciones tecnológicas concretas a partir del mismo, pero son refinamientos de herramientas de las que ya disponemos. La dimensión del proyecto, que puede proporcionar fortísimas ganancias de productividad, es el conocimiento de la materia y la energía, cambiando de forma radical la organización y funcionamiento de la economía.
Nos encontramos siempre ante la perplejidad que nos causa el éxito tecnológico y el fracaso continuado en la organización de la convivencia, la distribución, la provisión de bienes y servicios elementales a millones de personas en el mundo. ¿Qué tipo de reflexión hay que hacer desde la sociedad, la empresa, la política, para asumir y emplear adecuadamente este enorme potencial productivo con que nos vamos a encontrar? La suprema torpeza sería haber comido el fruto del conocimiento sin la madurez intelectual y moral para construir una economía y sociedad más razonables, ya que no el Paraíso.
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