Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Sine die
El humor tiene escasa representación en la literatura española. En un pueblo tan dado a la tragedia y a la holgazanería, es de esperar que entre el fatalismo de la España Negra y la picaresca apenas quede hueco para una visión humorística de la existencia. Autores como Ramón Gómez de la Serna, Jardiel Poncela, Muñoz Seca, Miguel Mihura o Álvaro de la Iglesia tuvieron su tiempo, pero la literatura de humor nunca gozó de las preferencias de los españoles.
Un genio de la literatura de humor del siglo XX fue para mí Miguel Gila. Palabras como humorista o cómico se dicen con un cierto desprestigio, cuando en realidad, un cómico no es más que un actor. Y sin duda es mucho más difícil arrancar una pequeña sonrisa que provocar una lágrima fácil. Los guiones de Gila son auténticas piezas literarias de gran calidad en las que se reflejan las miserias y las paradojas del ser humano. Por eso las oigamos las veces que las oigamos siempre nos mueven a la risa, porque parten de la observación sagaz y son puestas en escena por un excelente actor que a la vez era su autor. El humor de Gila se basa en la metáfora y el más puro surrealismo, como la greguería, pero con un sentido mucho más agudo, pienso, que el de Ramón.
El mundo absurdo y surrealista de Gila, lejos de ser irreal y metafórico, parece que se está imponiendo. Me acuerdo de él cada vez que oigo a las autoridades recomendando combatir el calor poniéndose a la sombra, bebiendo agua, evitando el ejercicio físico a las horas punta de mediodía, usando ropa ligera y otras obviedades. Menos mal que están los encargados de velar por nosotros, si no más de uno saldría a la calle a mediodía, con abrigo largo y bufanda, se sentaría a pleno sol a tomarse una copa de brandy o se comería tres platos de garbanzos con su correspondiente pringá, como el niño de Paco Gandía.
Es de agradecer tanta preocupación por nosotros. Deben estar tan seguros de conseguir su objetivo de atontarnos con las programaciones televisivas, que creen que cumplen una gran labor social informándonos de que hace más calor al sol que a la sombra, que los abrigos gordos de lana dan más calor que las camisetas finas de algodón y que el agua fresca es capaz de calmar la sed. Cuánta suerte tenemos de sentirnos protegidos y tener la seguridad de que otros velan por nosotros. ¡Si no fuera porque mantener a tantas mentes pensantes nos cuesta un riñón!
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