La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El pase robado con la 'mafia' del taxi de Sevilla
Abuelo Paco. Casi medio siglo usurpándole a mi padre el nombre con el que firmo las cosas que escribo en los papeles, ya que él era el auténtico Francisco Correal, el contable incontable, y ahora desde el pasado sábado le arrebato el título que ejerció con sus ocho primeros nietos. Murió dos días después de que naciera el octavo, mi hijo Paco, aunque la abuela Maruja, su esposa y mi madre, lo representó con los dos que vinieron después, Marta, nacida el año que ganamos el Mundial de Sudáfrica, y Javier, que desmontó los malos augurios al aparecer en este mundo doce años después de la caída de las Torres Gemelas. Hijos de mi hermano Mario, el quinto de los hijos del Abuelo Paco Primero.
El día que nací la palabra abuelo entró en dos casas. Hice abuelos de forma simultánea a Andrés Naranjo, panadero de profesión, y a Benigno Correal, militar, casado el primero con Carmen Ciudad, nacida en el mismo pueblo manchego del que es Pedro Almodóvar, y el segundo con Fronilda Ruiz, montañesa del valle del Pas donde depositamos después de un viaje en tren casi medieval las cenizas de mi padre.
Sin menoscabo de mi abuelo Benigno, quiero centrarme en mi abuelo Andrés como artífice de este milagro de la multiplicación de los panes y los nietos. Con mi edad, en la que no quepo de gozo al ver a mi nieta Laura nacida el pasado sábado, mi abuelo ya había tenido 21 de los 23 nietos que pueblan el patio de los Naranjos. Mi abuelo Andrés cumplió los años que yo tengo en 1975 y ese año nacieron mi primo Javier, un futbolista que jugó en el Piedrabuena, equipo conocido como el Milán de los Montes, y mi hermano Mario, el padre de Marta y Javier. Después vendrían Carlos Soto y Marcos Vasconcellos, hijo de mi tío Ángel, el primero que me enseñó en Madrid las tripas de un periódico, el Pueblo de Emilio Romero. Mi tía Encarni, la pequeña de la prole de mi abuelo Andrés (siete hembras y mi tío Blas) es la que lleva la cuenta de esa legión de los genes y el azar.
A mi padre lo hizo abuelo mi hija Andrea. La segunda, Carmen, es la que lo ha hecho bisabuelo en este año que celebramos el centenario de su nacimiento. Laura es el quinto bisnieto de Eulogio y de Pilar, el tabernero y la cocinera que regentaban el bar Casa Eulogio de la calle Lumbreras cuando su hija pequeña, el canario que la llamaba su padre, se cruzó en mi vida para llenarla de amor y de sentido. Por parte de Nicolás, su padre, ilustre remero, Laura ha hecho abuelos a Eduardo y a Charo.
El verano de 1982 mis abuelos me encargaron que diera en Almagro, junto al Corral de Comedias, el pregón de sus bodas de oro. Se casaron en 1932. Un año después nació mi madre. A mi padre le usurpé el nombre y ese apellido que aparecía en letras cirílicas en el número 80 de la calle Goya de Puertollano. Una vez utilicé el nombre de mi abuelo, Andrés Naranjo, para firmar un reportaje en una revista de Barcelona con fotos de Colita del estreno en el teatro Falla de Cádiz de La lozana andaluza, con presencia de Rafael Alberti, uno de los escasos abuelos de la generación del 27. Andrés Naranjo, mi segundo nombre, mi segundo apellido, ahora que soy Abuelo Paco Segundo.
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