La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Sevilla/Hemos pasado de conocer a verdaderos expertos en acudir a sepelios a sorprendernos con los malabares de auténticos ingenieros del pésame low cost. Todos hemos conocido sevillanos que a diario consultaban las esquelas para acudir al funeral nuestro de cada día. Tomaba posesión un presidente del Consejo de Cofradías, un decano del Colegio de Abogados o un presidente del Colegio de Médicos y siempre aparecía el impertinente de turno:“¡Enhorabuena, pero te vas a hartar de acudir a entierros!”. La sociedad del confort, la calidad de vida y la motivación perenne vive como si la muerte no existiera. Nos venden la inmortalidad con la misma naturalidad y poca vergüenza que un vendedor de crecepelo. La muerte es frivolizada y maltratada en el mejor de los casos (Halloween), pero poco más. La única certeza de este mundo (todos nos moriremos) nos es hurtada porque nos tratan como niños que sólo buscan el alivio efímero y de corto plazo. Los pésames están a la altura de la sociedad de hoy: blanda, inconsistente, cumplidora de mínimos y vacía. Se busca la versión breve y rápida. Los tanatorios solo ofrecen el responso. El que quiera misa que se busque el cura. Son los sepelios del hágaselo usted mismo, como el desayuno en el hostel. Los propios curas no se ofrecen a oficiar, huyen del compromiso como el gato del agua. En todos los trabajos se fuma, reverendos. No se preocupen que hay perdón para todos. Los pésames low cost tienen múltiples formas. Los no presenciales, que son los más extendidos, incluyen desde la llamada por teléfono al mensaje de texto. Los presenciales desde la visita breve al tanatorio (metisaca para que el párking no pase a una tarifa más alta) al cabezazo justo antes de la misa o responso para abandonar rápidamente el templo creyendo que no te han visto. La modalidad premium sigue siendo la asistencia completa a la ceremonia.
Muchos cumplen, o creen cumplir, con el pésame de bajo coste cuando hay casos en que se han hecho el perfecto retrato para la posteridad. Antiguamente en los pueblos había familias que elaboraban una lista para apuntar quién había acudido al funeral del pariente y quién no. La pretensión era de darle el mismo trato cuando muriera el suyo. ¿Ojo por ojo? No negaremos que tiene su gracia. La muerte a todos nos iguala, la muerte retrata a los vivos. Hay hasta quienes se quedan para ellos la información de una muerte. No avisan a nadie para que su presencia en el funeral sea la destacada. Todo es de bajo coste, todo es ligero, rapidito y con escaso esfuerzo o sacrificio. Hay funerales con veinte personas cuando el muerto tenía 3.525 amigos en Facebook. Nada acaba bien cuando todo lo relajamos. La muerte es la hora de la verdad... para los vivos.
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