La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
No se lo he consultado a mis expertos de cabecera, Lola Pons sin ir más lejos, pero curioseando por las redes me he encontrado una serie de expresiones andaluzas que, en algún caso, se trata de la apropiación legítima de un vocablo –del español o de cualquier otra lengua, ahí está el yanito oficial– para darle una pronunciación o hasta un significado propio. La que me hizo más gracia fue morriña, que no tiene nada que ver con esa nostalgia gallega tan de Rosalía o de Cunqueiro y hasta Valle, sino como sinónimo de esa soñera beatifica que nos acompaña a veces y que sabe a gloria a excepción de si es interrumpida por tu propio ronquido y estás en público. Que me perdonen los que viven del miedo pero sabiendo que ni el infierno ni los okupas a granel existen, sin embargo mi peor pesadilla es atronar con un ronquido –por leve que sea– el vagón del Ave donde, horror, tal vez viaje algún conocido que, quizá, tenga todavía una buena imagen de mi persona. El gañido somnoliento con golpe de cabeza, por placentero que resulte, nos arranca del paraíso del glamur con la fuerza titánica de un Saturno devorando a una ristra de hijos, tal Julio Iglesias. Ya puedes haberte hecho la pedicura, alisado la melena y elegido cuidadosamente el vestuario, bolso y calzado que, como ronques, adiós elegancia y bienvenida gañanía. Así de implacable es la naturaleza.
Por eso usar morriña como sinónimo de modorra me ha parecido una de las aportaciones mas dulces y más amables del andaluz que habitamos. Cuando lo leí en un blog de esos impagables que encuentro en las redes me pareció raro y hasta un pelín impostado: ¿Quién va a confundir morriña con modorra, ambas sensaciones pacíficas pero tan distintas? Hasta que mi propia hija –cría cuervos y te despojarán de prejuicios– me confesó el otro día lo feliz que le hace la morriña después de comer. Nostalgia del hambre, melancolía del aperitivo, me pregunté. Pero no, claro. Mi sevillana favorita se refería a esa modorra post-almuerzo que te permite ver una mala película en la tele y saltarte minutos sin complejo de culpa ni perder el hilo de la trama (habitualmente más previsible que ciertas consignas políticas o los editoriales de algunos diarios). Morriña para sobrellevar una ingesta copiosa, modorra para evocar la infancia. ¡Qué intercambio de significados tan seductor! Siempre he pensado que Galicia y Andalucía comparten un universo sentimental, seguramente en mi caso por influencia de esa sierra de Aracena donde hay castros, helechos y castañas pero ese intercambio de palabras resulta especialmente revelador. La nostalgia ya no es lo que era, según Simone Signoret, cuánto mejor decir: cuánta modorra de nostalgia, qué sopor pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor.
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