La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Sevilla/No sé hasta qué punto las transformaciones provisionales a las que se someten los monumentos de una ciudad con motivo de grandes acontecimientos son una verdadera agresión a los valores histórico-artísticos que motivaron la protección urbanística de esos inmuebles. A mucha gente le gustan los juegos de luces y las macrobufandas con las que últimamente se transforma la Torre del Oro. Uno de los mayores expertos en patrimonio de la ciudad siempre advierte que todo resulta “precioso” cuando no se tiene ni pajolera idea del asunto.
Pronto veremos la Plaza de España transformada con ocasión de la final de la UEFA con un proyecto de atracciones que poco, muy poco, tiene que ver con los valores que inspiraron a Aníbal González al diseñar el monumento icónico de la Muestra Iberoamericana de 1929. Comparto el análisis de quienes defienden, por ejemplo, que el uso de un monumento para rodar una película que desarrolla una trama que no tiene que ver con la época de la que data el edificio es un absurdo, supone una suerte de adulteración, un mal uso y hasta una provocación porque busca la captación de cierto público ávido de morbo. Casos hemos tenido y recientes de largometrajes que usan como escenario el Alcázar, la Plaza de Toros o la propia Plaza de España para secuencias que no guardan relación alguna con los usos o el período de construcción de unos espacios prostituidos como meros reclamos. Las autoridades municipales de turno se congratulan siempre, pues todo lo miden con el supuesto impacto económico y con la campaña de publicidad que sale “gratis”. Claro, estos argumentos son perfectamente válidos cuando se tienen los peores criterios de una sociedad de consumo.
Al cuerno la excelencia, el bueno uso de torneos deportivos o películas para realzar los valores originales de un monumento, el aprovechamiento de la ocasión para la divulgación de las características de los grandes edificios monumentales... Dejamos pasar, entrar, adulterar, manipular y transformar a gusto del que paga. No hay más. Lo estamos viendo cada fin de semana en una ciudad donde no se hace nada, absolutamente nada, para frenar la degradación del centro histórico como parque temático. Los sucesivos alcaldes se limitan de vez en cuando a defender el necesario “equilibrio” cuando no hacen más que mostrar impotencia para dar respuestas a un problema que muchos no quieren ver porque se conforman con ir ganado el día a día. El patrimonio que mejor se conserva es el que se usa, nunca el que es prostituido.
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