La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los caídos de la Sevilla de Oseluí
Hay unos tipos que se quejan de que un mural con diversas interpretaciones del rostro de la Macarena, colocado recientemente en el hospital que lleva el nombre de la Virgen, atenta contra la laicidad del Estado y no sé cuántas gaitas más propias de los enemigos de la libertad, de la cohorte de aburridos con las tardes libres y de los afectados por una empanada mental incurable. Qué manera de confundir el tocino con la velocidad, la laicidad con la aconfesionalidad del Estado, la muy recomendable separación entre la Iglesia y el Estado con el concepto de libertad en una nación mayoritariamente católica donde, además, se ejercen con libertad otras confesiones religiosas sin problema alguno. Paseas por Sevilla y te cruzas con musulmanes cada día con la mayor naturalidad. Y en muchas ocasiones hasta con budistas. El respeto a esas minorías es incontestable. ¿Saben por qué? Porque hay libertad. La misma de quienes con su mejor voluntad y buena fe colocan un mural con el rostro de la Virgen con el que se identifican cientos de miles de creyentes, al que guardan respeto miles de no creyentes y hasta al que alguna vez han recurrido quienes no creen, pero saben que en su cara están las oraciones de sus antepasados. ¿Qué monserga de medio pelo es esa de que en un espacio público no puede estar el rostro de la Macarena porque contraviene la aconfesionalidad del Estado? El que se sienta ofendido que vaya al psiquiatra porque tiene un trastorno aparte de no tener ni pajolera idea de los conceptos clave. A estos tipos hay que hablarles muy clarito o te acaban acorralando en sus planteamientos, siempre cargados de complejos, prejuicios y resentimientos. Que la Iglesia y su jerarquía hayan cometido errores tiene muy poco que ver con el cercenamiento continuo de las libertades que intentan una y otra vez en nombre de una laicidad mal entendida, o interesadamente mal comprendida. Siga el mural de la Macarena en el hospital, continúe consolando a quienes lo necesiten, recogiendo oraciones a deshoras, esbozando quizás una sonrisa, generando algún recuerdo grato, o simplemente ofreciendo compañía al que la busca. No, la sociedad no sería mejor ni más humana si hubiera que quitar ese mural. Seríamos víctimas de los intransigentes revestidos de salvadores de la democracia cuando en el fondo son meros aprendices de fascistas. No merecen ni ser llamados por el nombre de su entidad, porque ignoran conceptos fundamentales.
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