Modélica empresa, modélico taller de desguace

Sueños esféricos

Lo más pernicioso de todo lo que hiere Sevilla FC puede ser el rol doliente y resignado del aficionado medio

Lucas Ocampos, en su despedida del Sevilla este martes.
Lucas Ocampos, en su despedida del Sevilla este martes. / José Luis Montero

04 de septiembre 2024 - 06:15

Hace unos años, pocos, a Nervión llegaban del extranjero estudiosos que tomaban nota de una modélica organización empresarial. Acudían de prestigiosos centros académicos, bolígrafo y libreta en mano. También de The Washington Post o The New York Times. El Sevilla Fútbol Club se jactaba de ser una entidad deportiva emergente, briosa, descarada, que metió su bolita en un bombo de la Champions donde todos triplicaban o cuadruplicaban su presupuesto. ¿No fue descarado eso?

Pero en el mundo, y más en el mundo del fútbol, el dinero se agarra picando una roca y se escapa como el gas de un globo que explota. Y esa ley de hierro es la que aconseja blandir otro boli y volver a las remozadas oficinas del Sevilla FC. Igual que fue un fenómeno su eclosión lo es su clamoroso hundimiento. ¿Cómo un club de nivel medio en el concierto europeo que ha sido capaz de jugar siete de las últimas nueve Champions es hoy lo más parecido a un taller de desguace? Apasionante caso. De documental de Netflix.

El sevillista, el mismo que estos años se ha levantado cada mañana sin terminarse de creer del todo que su equipo era tricampeón, luego tetracampeón, pentacampeón, hexacampeón y hoy heptacampeón de la Europa League, afronta estos dos últimos años con una estupefacción parecida. Pero si la gloria de plata tornaba la incredulidad en una sonrisa apenas perceptible, como la de la Mona Lisa, el pavor actual petrifica hasta el último músculo de su rostro. A las pruebas me remito: analicen las caras de grandes y pequeños en esos primeros planos de los que tanto abusa la moderna realización (horrenda) de los partidos, cuando se consumían los últimos minutos del Sevilla-Girona.

Quizás, de entre todo lo muchísimo malo que le está ocurriendo al club, lo peor sea ese estado de resignada pasividad, de ser doliente y entregado, que define hoy al sevillista medio. Todos anticiparon en sus mentes el gol de Ayoze antes de que ocurriera. Todos barruntaban que Víctor Orta iba a terminar de montar un equipo hoy invertebrado, despojado de ese esqueleto que aguante los embates. La penúltima vértebra embarcó a México y la última cuenta los días para retirarse en Los Palacios.

A ver dónde está el Sevilla cuando Jesús Navas sea investido como leyenda suprema. Y a ver dónde está Xavi García Pimienta, a quien habría que recordarle una frase del compositor Gustav Mahler: "Las partituras lo dicen todo, excepto lo esencial". Y está por ver si dispone de concertinos que interpreten su sugerente partitura. Ese conformismo que pregona puede ser tan pernicioso como el estado anestésico del sevillismo. Qué lejos queda ya aquel 1 de agosto del 95 en que llovía fuego. O aquella Junta de Accionistas del 97 que mereció rodar Berlanga.

Desguaces Nervión. Lo pueden rotular en esas camisetas que llevan años sin patrocinador.

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