Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
Es evidente que, tratándose de un acontecimiento que se sitúa más allá de la realidad histórica tal y como la conocemos, la resurrección de Cristo resulta inaccesible para nuestro entendimiento. Hemos de contentarnos, pues, con los escuetos datos que nos transmite la palabra de Dios, sin pretender ir más allá de aquellos límites que la revelación nos impone.
Aunque dentro de estos estrechos cauces, lo que sí podemos razonar con cierta claridad es lo que la resurrección no es. Así, no se trata de una mera sensación subjetiva –una alucinación o un recuerdo– que “resurge” en el corazón o en la mente de sus discípulos, despertando en ellos una fe renovada o una reinterpretación de la vida del Jesús histórico. Tampoco Jesús es un fantasma o un “espíritu”, ya que éstos, aun pudiendo de algún modo manifestarse, pertenecen al mundo de los muertos. Habrá que evitar, igualmente, una concepción demasiado carnal de la resurrección, como si ésta fuera el simple retorno a la vida. Existe una diferencia radical entre la resurrección de Jesús y, por ejemplo, la resurrección de Lázaro. En verdad Lázaro, al revivir, regresa a la vida biológica normal y, por tanto, deberá morir nuevamente cualquier otro día. Lázaro vuelve al pasado de su vida terrena. En cambio, la resurrección de Cristo significa el avance absoluto hacia el futuro sin retorno, hacia Dios Padre como meta final a la vez que origen primero de su devenir histórico. Las apariciones del Resucitado, por último, son algo muy alejado de la experiencia mística: se trata de encuentros con una persona viva, que comparte presencia, diálogo y comida.
Conjeturan los expertos que la resurrección de Jesús es una especie de “salto cualitativo” que abre una dimensión nueva de la vida, del ser hombre. “El hombre Jesús, dice Ratzinger, con su mismo cuerpo, pertenece ahora totalmente a la esfera de lo divino y eterno”. Jesús es “consumado”, ya que por su muerte y su resurrección alcanza su total plenitud. “La resurrección, añade de nuevo Ratzinger, va más allá de la historia”, pero ha dejado su huella en esta. Por eso puede ser refrendada por testigos como un hecho de una cualidad tajantemente nueva.
Mucho más que un milagro, la resurrección de Jesucristo constituye un misterio: se ha convertido en el Viviente. A Él nos encomendamos, en la certeza de hallarnos en la senda justa. Faro y guía, a partir de este domingo de gloria, ilumina el camino seguro hacia Dios.
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