Mísia, último fado

31 de julio 2024 - 03:07

En la tarde densa y ardiente del pasado domingo, nos enteramos de la visita en frío de la muerte. El verano siempre repite lo que trae de paradoja. Cuánta gente se apaga en frío bajo el aplastante calor del verano. Mísia, voz del fado diverso, ortodoxo y libre a la vez, murió en un hospital de Lisboa a los 69 años. Arrastraba un maldito cáncer desde años atrás.

La memoria es también como un fado curvo (título de un disco de Mariza, la también fadista). Evocando a Mísia hice lo que tenía que hacer. Dar la curva, de vuelta a los años remotos, y recordar a la diva para recordarme a mí mismo también en el tiempo regalado. Rescaté los viejos CD con los discos de Mísia y puse sus fados y canciones en su honor. Uno intenta siempre no escribir desde la emoción lacrimógena. Pero a veces no está de más saltarse la norma, que es como hacer dieta mientras uno se traga sus palabras. Vi a Mísia por primera vez en vivo en el Teatro Central de Sevilla. Fue en mayo de 1995. Había visto su actuación en el programa La noche de Carlos Herrera que Canal Sur emitió de 1995 a 1997. Quedé turbado. Al pasmo le siguió la inquietud por saber más de aquella fadista de pelo garçon, con aire como de Audrey Hepburn, entre la indisimulada coquetería y el aura fatal de la noche y la malandanza.

Con los años siempre la veía actuar en el Maestranza y el Lope de Vega, en cuyo festival de fados tanto ha contribuido el Consulado de Portugal. Hay a quienes el fado les parece triste. Quede con ellos el reggaeton urbanoide de Karol G y la lacra del flamenquito. Había que coger aire para decir su nombre completo (Susana Maria Alfonso de Aguiar). Ella lo acortó y eligió Mísia, diminutivo polaco de otro nombre longuilíneo, Maria Zofia Olga Zenadja Godebska, al parecer musa del pintor Josep Maria Sert. Nacida en Oporto, por vía materna le venía su vinculación catalana y el rebrillo de la noche cabaretera de Barcelona. Ya en Lisboa, animada por la gran Amália Rodrigues, se consagró al fado y a versionar canciones inmortales con el dejo fadista de una voz que brotaba de lo hondo y lo trémulo. En sus conciertos se mostraba muy socarrona. Hizo fado experimental y no dejó de cantar boleros, tangos y canciones portuguesas de alegres tonadas. Pero yo siempre prefería el zarpazo del fado oscuro, entre el acorde nervioso de la guitarra portuguesa, más el violín y el acordeón (algo que no gustó, como ella decía, a los “jomeinis del fado” en su país). Se ha ido Mísia, artista de lo alto y lo bajo en su vida personal. Se ha ido quien tanta compañía nos hacía cuando también atravesábamos el haz del claroscuro.

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