El mirlo de la calle Colombia

10 de septiembre 2024 - 03:06

Seguro que existen el mirlo-Bach y el mirlo-Homero. Y una mezcla de ambos debe tener el turdus merula que todas las mañanas, a primerísima hora, me ameniza el madrugón con sus alboradas. No es un mirlo normal. Sus trinos están muy por encima de los de sus compañeros de especie. Para mayor gloria, está dotado con el don de la ironía y no es raro escucharlo imitar el sonido de la flauta del afilador o el silbido con el que se elogiaba la belleza de una mujer al pasar por la calle antes de ser un delito contra la humanidad. Uno lo escucha y se acuerda del Romance del prisionero, quizás el más conocido de nuestra lírica popular, aquel que empieza con “Que por mayo era, por mayo,/ cuando hace la calor,/ cuando los trigos encañan/ y están los campos en flor...” y acaba de forma triste y cruel: “Matómela un ballestero;/ ¡dele Dios mal galardón!”. En medio, el poeta anónimo nos cuenta la historia de un cautivo cuyo único deleite consiste en el canto de “una avecilla” que le canta “al albor”. Cuando se escucha al mirlo de la calle Colombia se comprende toda la tristeza de aquel reo en su mazmorra que no sabía “...cuándo es día/ ni cuándo las noches son”.

Y dirán ustedes que a qué viene tanto mirlo cantante y tanta avecilla muerta en estos momentos en los que, como diría el clásico, la cosa está que zumba. Cuando Sánchez ningunea al parlamento o el precio de la vivienda empieza a estar por las nubes. Y la verdad es que uno no sabe qué contestar, más allá de que es una ingenua manera de alargar el sapore di sale del veraneo, los amplios horizontes, el vuelo sobre las viñas de las rapaces buscando conejos, el galope del perro por el Camino de las Machadas, el sol incendiando Rota, la bruma sobre Cádiz... todas esas cosas que solo agosto nos da. Y no es que quiera desmerecer a septiembre, el mes en el que, según Earth, Wind & Fire, “los sueños dorados eran días brillantes”, pero agosto, pese a que para algunos es una españolada masificada, nunca dejará de ser el rey sol de los meses.

El mirlo de la calle Colombia parece ser un enviado cuyo único fin es animarme a comenzar la jornada. A veces, el mundo parece estar hecho para uno solo. Y eso me lleva a un poema del jesuita británico Gerard Manley Hopkins que tanto fascina a nuestros Julio Cabanillas y Antonio Rivero Taravillo. Es un canto de alabanza por “todas las cosas contrastantes, originales, restantes, extrañas”, como la mota de una trucha, las alas del pinzón o este turdus que mezcla la belleza de Bach con el zumbido de un guapo de barrio. Alabados sean (el pájaro y el que lo creó).

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