Cuando tú nos miras, Esperanza

14 de diciembre 2024 - 03:08

Le viene chico el Adviento. Quiere corcho, aserrín, aguardiente, villancicos, alhucema, campanilleros, portal, acunar al Niño que duerme en los brazos de la Virgen del Rosario. Desde hoy hasta su día quiere que las ofrendas de los Magos se hagan macarenas, que el oro se funda para hacer su corona, que el incienso se queme ante la que es Arca de la Nueva Alianza como se quemaba ante la del Templo y que la mirra sean sus lágrimas, últimas de dolor de la madre del sentenciado y primeras de alegría de la madre del resucitado. Desde hoy hasta su día quiere proximidad, besos, miradas a su altura, sentirse la primera entre sus iguales –tan divina, tan humana– derrotando la profundidad del presbiterio y la altura del camarín, que por eso no otra, sino ella, tuvo que ser la que inspirara, el año que viene hará un siglo, la creación de los besamanos. Aunque en su altar de San Gil estuviera tan cerquita, no le bastaba. Quería pisar el suelo que pisamos y recibir los besos que a las madres se dan para llevarlos a quienes ya no podemos besar en este mundo.

Le viene chico el Adviento, sí, como chica le viene la Madrugada de la agonía en el huerto y el prendimiento, y la mañana de la sentencia y la muerte, trayendo a ellas, impaciente, la luz inextinguible de la resurrección, la eterna alegría sin sombra de muerte de la tumba vacía, cada levantá –¡cielo!– sonando a la piedra del sepulcro descorriéndose, su cara el resplandor de los ángeles diciéndonos a cuantos lloramos a quienes hemos perdido: ¿por qué buscáis entre los muertos a quienes viven?

Viéndola en su besamanos, tan cerca, tan nuestra ella y nosotros tan de ella, se siente lo que San Juan de la Cruz –digámoslo hoy, que es su día– escribió sobre el encuentro entre el alma y Dios: “Cuando tú me mirabas / su gracia en mí tus ojos imprimían: / por eso me adamabas, / y en eso merecían / los míos adorar lo que en ti veían”. Hermosa palabra, ya sin uso, es adamar. Y muy macarena. Ninguna define mejor lo que sentimos ante la Esperanza: requebrar, amar con vehemencia, enamorarse. No le bastaba a San Juan de Cruz el verbo amar para expresar lo que siente el alma al saberse amada por Dios. Él mismo explica en su declaración sobre el Cántico espiritual que “adamar es amar mucho, es más que amar simplemente; es como amar duplicadamente”. Así amamos a la Esperanza, luz de Dios resplandeciendo en el rostro de su madre.

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