¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
El que un personaje con los modos toscos y la educación cortita de la que hace gala Óscar Puente haya sido alcalde de Valladolid –ciudad símbolo de la reciedumbre castellana– y sea ahora el máximo responsable de las infraestructuras que vertebran España da idea clara de hasta qué punto la democracia se ha devaluado. El otro día estuvo en Sevilla Miquel Roca, uno de los siete padres de la Constitución y uno de los políticos que en los años difíciles de la transición demostró que el sentido común no está reñido con el pragmatismo y la inteligencia. El contraste daría para escribir un tratado. Pero no es sobre eso de lo que va este artículo, sino, quizás, todo lo contrario.
A Puente le gusta el tono insultante, sobrado y fanfarrón propio del chulo de taberna. No pasa semana sin que en declaraciones públicas o en el estercolero, que tanto le gusta, de las redes sociales escoja una víctima y le dispare improperios. Ahora le ha tocado al alcalde de Sevilla, al que tilda de mentiroso y le avisa de que nunca se reunirá con él para abordar unos problemas que, convendría que lo tuviera en cuenta, no son de José Luis Sanz, sino de todos los sevillanos. Pero el ministro es así y la cosa, por lo que parece, a su edad ya no tiene remedio.
Este enfrentamiento, un tanto pueril, viene a cuento de un nuevo patinazo del alcalde, que tampoco pasa semana sin que haga gala de algún resbalón. Sanz patina con la misma facilidad por las arcadas de la Plaza de España queriendo cobrar entradas, por el centro atestado de veladores intentando convertir a los ciudadanos en guardias de la porra o, y este es el caso que nos ocupa, por los barrizales que han dejado las últimas lluvias en las obras de la mitad norte de la línea 3 del Metro, que en realidad es la 2 porque sólo hay una.
Sanz no se leyó bien los papeles e intentó armar bronca de las gordas, él y sus siempre entusiastas terminales mediáticas, con un retraso de las aportaciones económicas del Ministerio de Transporte para las obras del Metro. No se enteró de que esa “reprogramación”, que así se dice en el lenguaje administrativo, había sido reclamada por la propia Junta para acompasarla al ritmo de las obras. Vamos, que lo que hizo el Gobierno fue seguir las instrucciones de Juanma Moreno. La Junta tuvo que pasar el bochorno de darle la razón al ministro
Patinazo del alcalde que suma a los que van marcando un mandato más bien apagado. ¿Quiere decir esto que el alcalde no tiene motivos para quejarse por el trato que da a Sevilla el Gobierno central? Todo lo contrario, le sobran razones. Pero convendría que pusiera los pies en el suelo. El Gobierno no ignora a la capital de Andalucía porque tenga un valiente y combativo alcalde del PP. Sevilla lleva más de tres décadas de abandono total, con gobiernos del PP y el PSOE en la Moncloa y con alcaldes del PP y del PSOE en la Plaza Nueva. Nada nuevo bajo el sol y nada que, por lo que se lleva visto, ni Puente ni Sanz vayan a remediar.
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