Notas al margen
David Fernández
Montero ha vuelto y no está loca
La aldaba
Seguimos con la guía de las tabernas de siempre, esas en las que se puede hacer lo de toda la vida como si no hubiéramos sufrido una pandemia, como si los nuevos hábitos de escrutar al cliente en la puerta antes de tomar posesión del velador (“¿Pero van a comer o solamente a tomar algo?”) no hubieran entrado en vigor. Sin carteles de Aperol, sin paelladores, sin ofertas de brunch. Hay sitios que resisten al invasor, que se diría sobre la aldea de los locos galos en el inicio de una historieta de Asterix y Obelix. Si no hace mucho glosamos la felicidad que se disfruta en doce minutos en El Tremendo, ¿qué decir de una parada en la cervecería La Mina en esa Plaza de la Pescadería que es la versión ancha de la Cuesta del Rosario? En La Mina hemos disfrutado de los pregones del caracol de Luis Miguel Martín Rubio y Ramón López de Tejada, de momentos de gloria con los hermanos Delgado en esos Viernes de Dolores en que cierran el taller hasta después de Semana Santa, de tertulias con José Luis Trujillo del Real, de citas familiares con Pedro Molina de los Santos... Ninguna decoración de diseño comparable a la estética auténtica de La Mina. Durante la cerveza se puede contemplar la estampa del Señor por esa misma calle en el inolvidable traslado matinal con el que terminó la Santa Misión, o de las estampas con primeros planos de tantas imágenes sagradas.
En La Mina se convive y se reza. Y hasta hay algún rinconcito donde se puede cargar el móvil, con permiso de la propiedad. El aseo es de los buenos: pequeño a más no poder para que se tarde el tiempo justo, que en otros sitios los hay tan espaciosos que algunos parece que están contratando un préstamo hipotecario. Las prestaciones no las mejora ninguna sala VIP de estación ferroviaria. Tonterías las precisas. Se atiende a los clientes que están en doble y triple fila sin pinganillos, ni tablets, ni tener que repetirle tres veces las cosas al camarero. Oficio se llama. En diez minutos se tiene la mejor experiencia que nunca venderán los operadores turísticos porque no tienen ni pajolera idea. Ni les interesa tenerla. Mandan a las criaturas a hacer colas de espera en sitios de tataki y vinagres de Módena. En algunas ocasiones da cierta lástima ver a nuestros visitantes a la intemperie durante tanto tiempo para cenar cuando Sevilla es la ciudad de los cientos de bares. Si en la carretera hay que entrar a comer donde hay camiones aparcados, en Sevilla donde no haya colas y, además, se atienda a varias filas a la vez por verdaderos profesionales. ¿Pero vienen a comer o a tomar algo? “Vengo diez minutos a relajarme, no me pregunte como un inspector de Hacienda, porque me tensiona usted y un bar siempre ha sido un lugar de libertad”. La Mina es una mina.
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