La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Era como un milagro, en efecto, que Eva Díaz dirigiese el Centro de las Letras Andaluzas. Aunque cuando se actúa de acuerdo con ciertos valores y exigencias personales es difícil perdurar en un mundo, el político, poco dado a apreciar tales cualidades. Fue un milagro, pues, contratarla para ese cargo, ya que en Andalucía hay buenos escritores, espléndidos novelistas, poetas y ensayistas, pero escasean las personas que además de dotes para la creación literaria, cuenten con capacidad, entusiasmo y espíritu crítico para enfrentarse con los problemas colectivos propios de la difusión de las letras. Eva reunía condiciones y experiencias para lidiar con los obstáculos y retrasos que el cultivo de los libros arrastra en Andalucía desde hace siglos. Los conocía desde dentro, como autora que ha hecho de la recuperación de la cultura meridional su foco narrativo. Han sido muchos los episodios andaluces significativos que ha novelado, con un planteamiento capaz de acercar e iluminar el pasado, sin las falsificaciones de cartón piedra habituales en tanta novela histórica escrita con precipitación. Solo por esta empresa destinada a rescatar momentos y personajes claves de estas tierras del sur, labor desempeñada con rigor y sabia pasión, ya hay que mostrarle sumo agradecimiento. Pero, además, no ha permanecido encerrada y distante en su modesta mesa de escritora. Tan pronto surgió la posibilidad a difundir esos mismos ideales, como gestora, por calles y pueblos andaluces, se entregó con igual entusiasmo a tarea pública tan necesaria. Y, ahora, unos políticos nuevos la ponen en la calle, esgrimiendo, además, en principio, un culpable y extraño silencio. Pero dado el malestar despertado (por cierto, la reacción de los compañeros de prensa ha sido encomiable), el consejero de Turismo, Cultura y Deportes (¡Qué ocurrencia de nomenclatura! ¡Cuánto sarcasmo ha provocado este orden clasificatorio en el resto de España!) ha declarado, como justificación, que se dispone a llevar a cabo ambiciosos proyectos que serán recogidos en un próximo Libro blanco. Ojalá sea así. Por lo pronto, ha abierto unas expectativas que no podrán ser comentadas hasta que se conviertan en propuestas visibles. Pero de momento, el único gesto real y llamativo que se le conoce -el de las formas empleadas en esta destitución- esconde un viejo y rancio sabor a cacicada. Por eso, aún está a tiempo de rectificar si quiere empezar a movilizar con tacto la vida cultural andaluza. Si se atreviese a recuperar a Eva, su magno proyecto ganará en eficacia y, sobre todo, aumentaría en credibilidad.
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