Cambio de sentido
Carmen Camacho
Cesarismo
Brota mi artículo de hoy en el hueco que media entre la frase “Soy el sevillano menos sevillano del mundo, y eso que mis padres, abuelos y yo mismo nacimos aquí” y mi estupor. A menudo escucho enunciados parecidos a este, pronunciados por nativos de esta ciudad que no se reconocen en la imagen que se tiene (a saber quién se esconde tras ese “se”) de la sevillanía. Tan fijada se encuentra la idea, que no el ideal, de sevillano. Incluso más que la del andaluz. A las ciudades con carácter les consignamos –e incluso nos inventamos para ellas– ciertos tipos típicos. El tremendismo a la bilbaína, la sobriedad zamorana, la nobleza baturra, el chulo de Madrid… Nos divertimos mucho con ello. Pero el prototipo de sevillano pata negra, de la condición metasevillana –robo el epíteto a Carlos Edmundo de Ory, que se lo dedicó a la Duquesa de Alba–, es bastante más esquemático y atosigante que el de otras capitales. No me extraña, el estereotipo ha sido forjado a hierro no ya –o no solo– por una potente y externa mirada romántica (de Verdi a Merimeé pasando por Tournal, los aguafuertes de Artl o el alucine de Girondo) o por una miope interpretación del folclor y la literatura costumbrista, sino por ulteriores subproductos culturales del franquismo y sus secuelas, que equipararon lo sevillano a lo andaluz y ambas cosas a la españolada. (Descarto de la construcción simplista de nuestra imagen el humor sevillano que ha sabido reflejar y criticar con agudeza lo que somos y lo que aparentamos ser). En que dicha percepción del carácter sevillano sea estrecha, y por tanto no se reconozcan en él mucha gente de Sevilla, interviene que haya quienes ejerzan de sevillanos profesionales, esa impostura.
Sostengo que quienes han hecho y hacen grande a Sevilla no encajan en el molde de las cacareadas sevillanas maneras y, sin embargo, quintaesencian el profundo carácter de esta ciudad. Digo más, las sevillanas y sevillanos que admiro tienen la cualidad no solo de trascender el tipo, también de proyectar una mirada exigente sobre la imagen y la autoimagen de Sevilla. Ítem, en no pocas ocasiones han resultado y resultan incómodos. Podemos, sin ir más lejos, atender a lo que dicen en las entrevistas que Luis Sánchez-Moliní les realiza cada semana en El rastro de la fama. La sevillanía que servidora reconoce es compleja y polimorfa, bastante culta y sensible, abierta, heterodoxa, inconformista, persistente, pelín melancólica, diversa por suerte y por desgracia desigual. Más nos vale barrenar el cliché, resignificar el adjetivo “metasevillano” para aludir con él a Cernuda, a Antonio Machado, a Uceda, a Chaves Nogales o a Amalia Domingo Soler…, y a quienes a menudo dicen, siendo tan profunda y sofisticadamente de aquí: “Mírame, ¡si soy la sevillana menos sevillana del mundo!”. Au contraire, querida mía, au contraire…
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