¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Veía por televisión la etapa de la Vuelta Ciclista que había salido del Pico Villuercas, en la sierra de Guadalupe, con final junto a la plaza de toros de la Maestranza. El realizador iba mostrando a los dos escapados, a los que finalmente dio alcance el pelotón, y los diferentes hitos geográficos del recorrido. En casa estábamos muy pendientes del paso de la serpiente multicolor por Santa Olalla de Cala. Es el primer pueblo de Huelva, limítrofe con la provincia de Badajoz. El pueblo donde nacieron Eulogio y Pilar, los padres de la mujer con la que comparto mi vida. El castillo de Cala es mucho más pequeño que el de Santa Olalla de Cala, una fortaleza inexpugnable.
El narrador, junto a las peripecias de los ciclistas y, todo hay que decirlo, la modorra de una etapa que invitaba a la siesta o a la meditación, iba informando de los elementos que aparecían en la pantalla. Decía por ejemplo que el embalse de Cala, en el pueblo de El Ronquillo, fue inaugurado en 1927, el mismo año del acta bautismal de la famosísima generación de poetas apadrinada por el torero Ignacio Sánchez Mejías. Ese embalse se puso en marcha en el paso del ecuador de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Muy pronto será su centenario, como el de la quinta de poetas reunidos en torno a Góngora.
El año que viene Pedro Sánchez cumplirá siete años al frente del Gobierno, los mismos que Primo de Rivera. Siempre parece que están de paso, que acaban de llegar, que nada malo de lo que pase les concierne mientras que de todo lo bueno sacan pecho con una catarata de hermeneutas. Viendo las aguas del embalse de Cala, anterior al de la Minilla (éste se inauguró en 1946, en tiempos de Franco, va de retro, Satanás), ese espejo hidráulico era como una metáfora de las cosas que ha hecho este Gobierno en un tiempo más que razonable para valorarlo.
Ha contado con una oposición sin mordiente y con una “clac” de aplaudidores: sindicatos, artistas, feministas, las beatas posmodernas y el tutti frutti de lo políticamente correcto. Su principal aportación ha sido dividir a los españoles, enfadarlos, aburrirlos, anestesiarlos. Los pantanos referidos los patrocinaron una dictablanda, la de Primo de Rivera, y una dictadura, la de Franco. Pedro Sánchez no es un dictador, pero gobierna al dictado. Ha dejado para la posteridad unas leyes pésimamente redactadas y basa su fortuna política en un doble sudoku: con el concierto catalán (el nuevo tenor del Liceu) ha puesto a Illa en la Generalitat; con la ley de amnistía ha renovado su contrato en la Moncloa. Lo demás, ruido, humo y paparruchas.
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