La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Las tardes de lluvia generan el ambiente de un atrio de convento con enlosado de Tarifa en calles tradicionalmente muy frecuentadas. Una o dos personas vivaquean por lugares hace pocos días invadidos por la muchedumbre. El pavimento es un espejo donde se refleja borrosa alguna fachada estucada. La luz escasea, el telón de la vida urbana se presume echado, a las seis de la tarde parece que son las nueve y media de la noche, los restaurantes echan la tarde de escopeta y perro (guau), salir a cenar es sumirse en la tristeza de una cuesta de enero que justo ahora comienza la escalada. Sevilla soporta mal los fríos, se embellece con la lluvia, es aliada de la luz y lleva mal, especialmente mal, el clima de melancolía. Nos quedamos como gatos encerrados en cuanto caen cuatro gotas. La lluvia es el pretexto para hacer de la casa nuestro claustro invernal, darle un respiro a las tarjetas del banco y desterrar hábitos poco saludables. Enero y septiembre pueden ser los dos meses más feos en esta ciudad. El primero porque obliga a vivir como no nos gusta: en los interiores, con un recogimiento impuesto por las circunstancias. Y el segundo porque suma la humedad al calor, lo que nos castiga a sufrir días de bochorno ya sin el contexto de las vacaciones. Una vez nevó en febrero, ocurrió en 1954, pero nadie recuerda que lo haya hecho en enero. Dicen que la cuaresma que arranca en San Valentín adelantará la recuperación de la alegría y recortará la temida cuesta de febrero. La alegría de verdad sólo vendrá por días de lluvia como los de esta semana, sublime contradicción donde las haya.
El denominado comité de expertos contra la sequía vaticina una crisis económica si no cae agua. No sabemos si es un organismo verdaderamente útil o no, pero su mera existencia nos recuerda dónde debemos fijar la atención, cuál es nuestro problema más grave en estos momentos. Necesitamos ser Bilbao con Giralda durante un mes. Que llueva hasta el hartazgo, que los cielos amanezcan con la tonalidad panza de burra y las tardes sean de café pausado tras el visillo. No podemos permitirnos un verano como el año pasado. La tristeza ambiental que intensifica la lluvia en estos días de resaca deben ser la base de la alegría de una primavera que este año trae ruido y algarabía desde muy temprano. Una sociedad que ha dejado de vacunarse por sufrir fatiga tras dos crisis, la económica y, sobre todo, la sanitaria, llevaría muy mal un programa de restricciones. El cielo gris de esta semana es la causa de nuestra verdadera alegría. Saquemos partido de este mes tan feo.
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