30 de julio 2024 - 03:08

Las declaraciones de Jesús Aguirre, presidente del Parlamento andaluz, chocan por su torpeza. Dice la segunda autoridad andaluza que sus diputados no llegan, pobrecitos, a fin de mes. Entre lo que cobran y lo que hacen y que encima les pagamos nosotros, se ha creado la tormenta perfecta. Aguirre habla de fin de mes mientras mucha gente presiente el fin del mundo, así se entiende el pasmo. Con todo, el escándalo siempre es de brocha gorda, y me gustaría afinar un poco más.

Casi no importa lo que ganes (Elon Musk aparte) para que te cueste llegar a fin de mes. Hay una ley por la cual los gastos igualan a los ingresos, sin tener en cuenta ni la inflación ni los impuestos ni los imprevistos. La economía familiar acaba abocada a la angustia irremisiblemente. Si Aguirre afirma que sus diputados no llegan a fin de mes, yo le creo, aunque ganen una pasta gansa. Es por la ley que digo, inexorable. Sencillamente pienso que ése es su problema, como el mío es el mío, y que la queja trae descrédito.

Lo que me invita a recuperar una vieja propuesta. Ya la escribí aquí hace años, pero, al recordarla en una tertulia de amigos que, además me leen, no se acordaban. Propuse entonces y propongo ahora que los políticos cobren exactamente lo mismo que ganaban en sus profesiones previas. Si uno era profesor de secundaria, sueldo de secundaria. Si otro es CEO de Coca-Cola, sueldo de CEO. Si algunos no tuvieron trabajo previo, el salario mínimo interprofesional. De este modo, se atraería talento y se desincentivaría la inexperiencia. Sin ser injustos ni con unos ni con otros. Todos se dedicarían a la política por una auténtica vocación de servicio público y no por un afán de llegar a fin de mes.

No hay alevosía: los salarios se actualizarían con la antigüedad de los ex compañeros de profesión de cada excelentísimo diputado y se trasladarían las subidas salariales. Lo que redundaría en un interés muy sincero de sus señorías por el poder adquisitivo del pueblo soberano y en los fines de mes de todo quisqui.

Si se creara este vaso comunicante entre la clase política y sus profesiones de procedencia, la tentación siempre acechante de encorsetarse en la casta se desvanecería. Los diputados seguirían teniendo problemas para llegar a fin de mes, como todo hijo de vecino, salvo el CEO quizá, pero ya no podrían lloriquear, porque esa dificultad sería idéntica a la de sus compañeros de profesión y mérito.

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