Óscar Eimil

Las mercedes estatutarias de Zapatero

la tribuna

22 de mayo 2012 - 01:00

JOSÉ Luis Rodríguez Zapatero, el de las mercedes, fue, como todo el mundo sabe, presidente del Gobierno de la nación entre los años 2004 y 2011.

El trabajo que desarrolló durante su primera legislatura al frente de la principal magistratura del Estado -monarquía aparte- resultó ser magnífico para España, al menos aparentemente. Así lo pensaron por aquel entonces muchos españoles -más de 11.000.000- que decidieron libremente votarle de nuevo para una segunda en el año 2008.

Parece ahora, sin embargo, muy evidente hasta qué punto erraron todos aquellos que le votaron aquel día, puesto que, en el análisis sosegado de esa primera legislatura zapateresca, encuentra hoy el observador avezado la clave de casi todos los males que nos aquejan: los financieros, los internacionales, los sociales y también, como no, los territoriales.

Fue entonces cuando el joven e inexperto presidente se aplicó, con amplia sonrisa, a darle siempre a todos todo lo que pedían. Incapaz de decirle que no a nadie -atributo éste que distingue a los pésimos gobernantes-, y con una barbaridad de recursos financieros inundándolo todo, la dadivosa política del personaje -un tipo agradable y simpático según todos lo que le conocen-, sirvió para llevar a España, cual bomba de relojería de efectos retardados, al callejón sin salida en que ahora se encuentra.

Por ello creo muy conveniente recordar hoy que el 14 de marzo de 2004, el día de las elecciones, con España conmocionada, obtuvo Rodríguez Zapatero una mayoría insuficiente para gobernar, que le obligó a aplicarse a fondo en la tarea de ganarse para su causa al resto de partidos. Y que, para lograrlo, desplegó sus muchas dotes persuasorias en la explicación de las bondades de las políticas que se disponía a desarrollar; tarea de convencimiento que no debió resultarle complicada, no sólo por la anchura de la manga que se gastaba, sino y sobre todo, por las ganas que tenía todo el personal de darle satisfacción. En efecto, resulta, en este sentido, difícil recordar otra sesión de investidura como la suya, con todos los grupos parlamentarios rendidos ante la seráfica sonrisa del futuro presidente.

Pues bien, viene todo esto a cuento de la polémica que ha surgido estos días entre nuestros doctos gobernantes sobre los dineros que presuntamente tiene que invertir Rajoy en Andalucía y que -¡gran traición a nuestra tierra!- el gallego felón se resiste a apoquinar. Traición contra la que ha salido coralmente en tromba el nuevo Gobierno andaluz con su presidente al frente.

Resulta efectivamente que el Estatuto de Autonomía de Andalucía dispone que el Estado está obligado a invertir anualmente en nuestra región un porcentaje de la inversión estatal global, que debe corresponderse con el peso relativo que nuestra población tiene en la del conjunto de la nación.

Resulta también que Zapatero, con esa forma elegante que tenía de hacer las cosas, diciendo una y haciendo después la contraria, incluyó en sus sucesivos presupuestos esta previsión de inversión, aunque después, año tras año, la incumplió.

Resulta, por último, que ahora, Valderas y Griñán quieren que Rajoy pague de golpe todo lo que Zapatero no pagó, y que además haga en el futuro lo mismo que éste hizo, es decir, que consigne a sabiendas en el presupuesto una inversión de imposible realización.

En vista de todo este embrollo, sería fantástico -como dice habitualmente Mou- para todos los andaluces y también, mutatis mutandis, para los catalanes y para los vascos y vascas, que Rajoy aflojara de una vez la gallina y nos mandara todos esos millones que Zapatero dijo que nos enviaría y que después no nos envió. Sin embargo, dadas las circunstancias, no parece muy realista la petición de Griñán, ni tampoco muy solidaria con el resto de España, amenazada como está nuestra patria de inminente ruina. Parece más bien una reclamación oportunista que, ya se lo anticipo, será uno de los argumentos recurrentes de la política andaluza durante esta legislatura, encaminada como está sin remisión a la absoluta confrontación.

Por eso las iniciales declaraciones de lealtad, colaboración y disposición al diálogo del nuevo gobierno andaluz, se antojan, ya desde ahora, para el paciente observador, auténticas coartadas del afán de confrontación que subyace en su interior.

Y todo esto sucede -ténganlo ustedes en cuenta- como efecto retardado de la beatífica política zapateril, que dio a todos, gustoso y con solemnidad estatutaria, a cada uno según su deseo: a Cataluña según su PIB, a Andalucía según su población y a Castilla según su territorio. Sonriendo -seguro- mientras regalaba y al mismo tiempo cavilaba sobre lo contentos que se iban los mercedistas con sus regalos, quizás porque no cayeron en la cuenta de que, al final, por mucho que lo diga un Estatuto, dos y dos siempre son cuatro.

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