Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Sevilla/Si en la denominada caseta del turista de la Feria de Sevilla hay que reservar on line y el tiempo máximo de estancia en la mesa es de dos horas, el turista no conoce la Feria de Sevilla, sino un sucedáneo, un pastiche, una impostura, una falsedad. Nos empeñamos en dejar entrar, pero no en integrar. Nos empeñamos en dejar ver, en participar y en estar, pero la clave es el ser. Nuestra singularidad es que hay que ser de dentro para disfrutar de verdad del sentido de la fiesta. ¿Se puede alcanzar ese grado, llamémoslo así, cuando se viene de fuera? Evidentemente que sí. Pero se necesita tiempo, como ocurre con todo lo auténtico, o un sevillano que te lleve de la mano. La Feria de Sevilla no es un cine el que se compra una entrada, se tiene derecho a una butaca y basta con tener la actitud pasiva de un espectador ante la pantalla. Todo nos lo dan hecho en el cine, que no ocurre lo mismo con la lectura, hábito que exige una actitud activa.
Los operadores turísticos engañan a los turistas con la colaboración necesaria de la autoridad, porque esto es cosa de dos partes. "Rancio, so rancio", comentará el asesor de guardia que sólo ve en Sevilla un "paquete" que colocar a los "mayoristas" . Sí, como intentaron engañarlo con el Centro de Interpretación de la Semana Santa, valorado en dos millones de euros, que se fue al traste gracias a la crisis de 2008, que generó algunos efectos positivos, como llevarse por delante semejante engendro que incluía un simulador de bulla.
En la Feria de Sevilla no se reservan mesas salvo que se trate de las casetas de los clubes privados. Una vez fui a una cena con menú en la caseta del Aero y tuve que estar más tieso que un nazareno de ruan después de todo el día de caseta en caseta, que es en lo que consiste la Feria auténtica: o se recibe o eres recibido en una combinación de formalidad informal. Me faltó que me dieran un cinturón de esparto en la puerta. Pero cumplimos el rito porque así nos lo pidió Diego Luis Algarín. Educación en valores se llama. Y ya se sabe: al amigo, todo; al enemigo nada, y al indiferente, la legislación vigente.
No engañemos al turista con trampantojos. No me digan que la Feria es cerrada para justificar el engaño. Me quedo con el ejemplo de don Rafael Carretero, al que hemos visto ofrecer tantas veces una lonchita de jamón o de caña de lomo a los visitantes que se quedaban mirándole en el Rinconcillo o en su genial caseta del Patio de los Duendes de la calle Joselito El Gallo. "Así es como se ejerce de embajador de la ciudad y se integra al de fuera, poco a poco". Los turistas sonreían y aceptaban la tapa con cara de felicidad real. O se integra o se alimenta una mentira. Otra cosa es que aceptemos la mentira... Y la gran verdad de la Feria es que es una suma de mentiras piadosas. Pero nunca ha sido la de hacerle ver al turista lo que no nunca ha sido y de momento no es.
La caseta de los turistas anuncia camareros con varios idiomas y la adaptación a los usos de los países de origen de los viajeros. Seamos positivos. ¿Y por qué no les ayudamos a adaptarse a nuestros usos para que de verdad conozcan la Feria y no una versión sesgada, irreal o directamente falsa? ¿O es que si optamos por la vía de la autenticidad no hacemos caja? Mejores son las visitas guiadas, más reales, que un restaurante bajo las lonas con tiempo limitado de estancia.
Este concepto de turismo no integra, modifica lo auténtico para venderlo en función de su interés. Estamos engañando con marchamo de oficialidad. No hay nada como viajar y asumir los horarios, ritos y costumbres del país visitado. No hay nada como salir de Sevilla y que no parezca que seguimos en Sevilla. Pero aquí da igual todo, sólo hay que ver que el centro de la ciudad está directamente prostituido. A lo mejor ha llegado la hora de cargarnos la Feria. Resérvenme una mesa con derecho a dos horas sentado. Y que sea con el gran Algarín, seviilano fino y frío.
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