Memorias de un “violador en potencia”

24 de septiembre 2024 - 03:09

No creo que haya una sola persona que apruebe el comportamiento de Dominique Pelicot, el francés que durante años drogó a su mujer para vender su cuerpo a decenas de hombres que satisfacían así sus torpes apetitos. Poco hay que decir del asunto, más allá de la ínfima condición moral del esposo y de sus clientes. Pero como todos hemos visto, el caso Pelicot ha superado su realidad concreta para convertirse, según los sectores más radicales del feminismo y sus palmeros, en la prueba definitiva que demuestra que todos los machos tenemos una mácula por el hecho de nacer varones, mancha que nos hace violadores en potencia y, por tanto, en perpetuos sospechosos. ¿Lo recuerdan? Es el pecado original, pero esta vez con sesgo de género. Olvídense de la maldad de Caín y la bondad de Abel, ambos estaban unidos por el estigma de la violación.

Según leemos en algunos artículos publicados estos días, del caso Pelicot no son culpables solo los que participaron en esa monstruosidad, sino todos los hombres que hemos sido educados en el heteropatriarcado (al parecer nunca hubo patriarcas homosexuales, aunque todos hemos conocido a alguno que otro). La violación, por tanto, no sería un fallo del sistema, sino el sistema mismo. Todo esto se dice, eso sí, con una retórica de cierto brillo teoricoide, muy de facultad de Políticas, y amenazando con el anatema del negacionismo a todo aquel que les lleve la contraria. Por lo visto estos días, la educación de cientos de miles de boomers españoles (entre los que me encuentro) fue un entrenamiento para violadores, un camino de perfección abusadora, una pedagogía del maltrato. Da igual que hoy seamos domesticados y responsables ciudadanos, siempre arrastraremos el estigma del violador.

Sin embargo, cuando enfrentas estas retóricas a nuestra propia realidad algo falla. El riguroso y estricto patriarcado en el que fuimos educados muchos de nosotros no solo no amparaba o alentaba la violación, sino que ponía un especial acento en recordarte las obligaciones que tenías como hombre hacia lo que entonces llamaban el “sexo débil” (ilusos). La violencia sexual era reprobada expresamente y vista como un pecado capital de “falta de hombría”. Aquel sistema patriarcal, hoy herido de muerte, podía tener muchos defectos (como así era), pero desde luego no era ese criadero de violadores que se apunta. Eso, al menos, recuerda mi memoria.

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