
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El cinismo de Pedro Sánchez en Dos Hermanas
Aún recuerdo a don Antonio León en la punta de la gran barra en ele del anterior local de Los Cuevas, en la esquina de la calle Paraíso con Virgen de las Huertas, que nombres tan evocadores para situar una gloria gastronómica como esta. Allí se ponía él todos los mediodías, junto a una enorme fuente llena de rojos y grandes tomates que formaban una llamativa pirámide. Y es que las verduras de El Viso del Alcor, de nuestra Campiña sevillana, son religión en esta familiar casa de comidas. No era el local más antiguo, pues se mudaron allí desde la esquina de enfrente, donde antes estuvo aquel mítico pub de la gente del rugby sevillano, el Tercer tiempo, donde llegaron Mari Carmen Roldán y su marido, Antonio León desde el barecito que abrieron en El Viso, su pueblo.
Don Antonio nos dejó y sus hijos, José Manuel y Joaquín, siguieron con el negocio, siempre con éxito de público, superando los malos tiempos de la pandemia, recuerdo aquellas mamparas que pusieron compartimentando la barra y su bullicioso comedor. Abrieron, al lado, un local más moderno, más pequeño también, donde hacían catas y jornadas gastronómicas de mucho éxito. Es el que ahora permanece abierto.
Los padres se van y es lógico, ley de vida. Lo que no es tan natural que nos dejen los más jóvenes, y sé de qué hablo porque en casa sufrimos la pérdida trágica de mi única hermana. Mis padres, él sobre todo, nunca se recuperaron. Pasé tiempo sin saber siquiera qué decirle a mi amigo Joaquín, “el Melli”, el día que pasé por allí, tras la absurda muerte del hijo, aquella evitable tragedia, nos fundimos en un abrazo sentido y sincero que me puso la piel de gallina.
Volví hace unos días a Los Cuevas, un domingo, allí estaba el Melli al pie del cañón, como siempre. Me dio mucha alegría ver el local lleno, el trajín de los camareros arriba y abajo. Un público familiar y sevillano mayoritariamente, que va buscando los productos de esa huerta de El Viso del Alcor y esos guisos tradicionales de Los Cuevas, también sus pescados fritos, sus carnes de ibérico, esas albóndigas en salsa, o esos tomates con el tronco de melva. Sus tiernísimas alcachofas guisadas, sus míticas berenjenas fritas, los cuchareos con verduras de temporada, como el cocido de tagarninas, o esos espárragos verdes guisados con huevo cuajado. Hasta el pan es de El Viso, esos panes zurbaranescos, de refectorio monacal. Un espectáculo.
Joaquín, la familia de Los Cuevas, tira p’alante a pesar de los reveses de la vida. La pena queda, pero hay que seguir, apretando los dientes y trabajando duro, como siempre han hecho en este negocio familiar que tan bien nos da de comer desde hace cuarenta años. Nunca sabemos qué nos deparará el porvenir, a veces, esos reveses que nos hacen pensar en lo absurdo de algunas cosas, en las nimiedades que nos quitan el sueño, todo se tambalea cuando una verdadera tragedia entra de sopetón, como un vendaval, en nuestras vidas y lo cambia todo para siempre. Entre el ruido de las mesas, el bullicio de los clientes, en sus siempre amables saludos, este hombre, bueno y cercano, nos recibe en su casa para seguir haciéndonos disfrutar con los sabores sevillanísimos de su cocina.
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