Juan Ignacio Zoido

Su mejor título es ser sevillana

21 de noviembre 2014 - 01:00

EN Sevilla siempre fue doña Cayetana y no María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva. Aunque naciera en Madrid, ejercía de sevillana con mayúsculas allí donde estuviera. Si se encontraba en Sevilla, disfrutaba al máximo de su ciudad; si no, la añoraba y llevaba su nombre por todo el mundo hablando de sus encantos. No había un rincón en el que fuera más feliz que en su residencia del Palacio de las Dueñas, que para ella siempre fue y será su casa, junto a ese huerto claro donde madura el limonero que inmortalizara Antonio Machado. De hecho, entre todos sus títulos, el mejor era ser sevillana.

Doña Cayetana no se entiende sin Sevilla igual que Sevilla no puede entenderse sin doña Cayetana, porque ambas siempre han estado unidas por estrechísimos vínculos sentimentales y así lo estarán eternamente. Su recuerdo en la ciudad es innegable, pues es Hija Adoptiva de Sevilla y de Andalucía, además de contar con una glorieta y una estatua que la inmortalizan, pero de todos modos no es ésa la huella que con más claridad deja impresa en ella, sino su amor, su compromiso y su entrega con Sevilla.

Tal vez pese demasiado para algunos su imagen de aristócrata catorce veces grande de España y cabeza de una de las casas más importante del mundo o que otras personas sólo tengan referencias de ella a través del reflejo irreal que muestran sus apariciones en los medios de comunicación, pero la verdadera duquesa de Alba era una sevillana más, que disfrutaba de sus costumbres y tradiciones y de la vida a pie de calle.

Aunque si tuviera que destacar algo de su personalidad por encima de todo, sin duda sería su desbordante pasión por todo lo que hacía, su inquebrantable compromiso con todos los momentos grandes de la ciudad y su colaboración continua con cualquier obra social o causa benéfica que se le planteara. Hacer el bien y ayudar a los demás siempre fue su prioridad, como saben perfectamente tantas y tantas familias sevillanas.

Esa misma vertiente de implicación la demostró en su abnegada defensa de la conservación del patrimonio histórico, que abanderó ayudando a rehabilitar numerosos monumentos y obras de arte, en su mecenazgo cultural, plasmado ejemplarmente en la exposición Colección Casa de Alba, y en su sentimiento cofrade, especialmente con su Hermandad de Los Gitanos.

No se puede resumir una vida en unas pocas líneas, y mucho menos aún si ha sido tan extensa e intensa como la de doña Cayetana, por lo que lo mejor que puede definirla es una reflexión propia en su libro autobiográfico Lo que la vida me ha enseñado. En él decía que si alguna de las ideas expresadas en su balance vital resultaban útiles para ayudar a una sola persona, el esfuerzo le habría merecido la pena. Evidentemente, su personalidad, su cariño, su compromiso y su entrega sirvieron para ayudar no a una, sino a numerosas personas durante toda su vida, por lo que tanto ella como su familia pueden estar muy orgullosos. Sevilla no olvidará a doña Cayetana igual que ella nunca la olvidó.

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