¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El ensayo general de la Magna
La aldaba
En días de ruido se agradece la paz. En horas de intensidad vertiginosa se valora mucho más un lugar donde impera el silencio, un fragmento de paraíso, un refugio que aparece cuando estamos en la zozobra del agujero de una tormenta. El centro de Sevilla ofrece algunos lugares donde reencontrarnos con un ambiente de absoluta tranquilidad que no lo mejora ninguna terapia, ningún centro especializado y ningún exilio organizado. Es la capilla de San Onofre, en la Plaza Nueva. Ruido exterior de trasiegos, tranvías y manifestaciones. Bullicio de preparativos de procesiones colosales y fiestas consumistas con descarga de luces. Y paz interior, silencio, calma, serenidad. No es un templo grande. Es sencillamente una joya material e inmaterial. Una suerte de salvavidas en una zona de la ciudad que puede parecernos inhóspita, sin alma y sumida en el desorden ambiental cada vez con más frecuencia. En días como los de esta semana y los que habrán de venir hasta el seis de enero se agradece este refugio, el mejor regalo que nos dejó el pontificado del cardenal Amigo. Tanto se valoran sus decisiones de vender el Palacio de San Telmo para levantar un nuevo Seminario, promover la igualdad en las hermandades, potenciar la pastoral penitenciaria o el diálogo interreligioso... Pero el gran regalo para muchos fue la apertura permanente de esta capilla con parada del tranvía en la misma puerta. Don Carlos vio clara la jugada tras el cierre al tráfico de la Avenida. Acertó. No había mejor sitio. Y los hechos han acabado convirtiendo San Onofre en un acudidero. Siempre con Su Divina Majestad expuesta en adoración, siempre en un silencio solo roto por las monedas que caen en el cepillo. Ahora hasta se puede contribuir por medio de un bizum. A las cuatro de la tarde y a las cuatro de la madrugada. San Onofre siempre abierto.
De aquel enorme convento de San Francisco nos quedó esta capilla que hoy tiene protagonismo propio. Para muchos es el mejor refugio en pleno centro de la ciudad, donde parar y meditar, rezar y reflexionar, sentado o arrodillado, en absoluta paz. Ocupa sin duda la primera posición en la lista de lugares todavía tranquilos en un centro convertido en parque temático. Hay algunos más que iremos desvelando. El paso de los años demuestra que la guía secreta de la ciudad cambia con los tiempos. Hoy los jardines del Alcázar no serían, por ejemplo, un lugar discreto. Y el Museo de Bellas Artes tampoco. En San Onofre hay horas donde uno se puede uno sentir como los frailes de Guadalupe, el monasterio extremeño que a don Carlos le encantaba visitar. Una joya que se revaloriza cada día. Y al alcance de todos.
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