Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
La aldaba
Prefiero ver a Alfredo Sánchez Monteseirín con tres dedos de la mano para remarcar una noche electoral que será alcalde por tercera vez, único político que puede presumir de tal logro, pues un señor de los pies a la cabeza como es Uruñuela no pudo repetir, a los del PP los echan a las primeras de cambio y a un socialista como Manuel del Valle (que Dios tenga en su Gloria) le impidieron ser el alcalde de la Sevilla del 92 con un experimento socialista que, visto lo visto, mucho mejor fue que llegara Alejandro. Prefiero ver a Alfredo enojado por las informaciones sobre la Hacienda local, las facturas del distrito Macarena o los retrasos en tantas obras. Prefiero verlo harto de sudar recién llegado al despacho de alcalde en una tarde de verano de las que obligaba a poner a toda potencia el aire acondicionado, o en su último 15 de agosto en la Alcaldía, cuando tras la procesión atendió al compañero Pérez Ávila para dar un repaso por todos los asuntos de actualidad. Aquella mañana estaba gozoso porque hubo señoras que se metieron en el cortejo para besarle la mano al ser su último año de desfile tras la Patrona. Prefiero ver a Alfredo un mediodía en Robles junto a Manuel Marchena, cuando los dos se encuentran con un señor como Miguel Ángel Arredonda. Prefiero verlo en la fundación del Cecop que tanto bien ha hecho por la Madrugada y por toda la Semana Santa, con los planes de barrio o echándole valor cada mañana para ser el primer alcalde que no se arrugaba ante la peor Sevilla Eterna. Prefiero verlo un Lunes Santo en el Corral del Conde al paso de la Redención, con miembros de la Familia Real en actos en Estados Unidos, o soñando con las horripilantes Setas con las que nunca nos pondremos de acuerdo, porque se podían haber hecho más allá del casco antiguo protegido.
Pasan los años y prefiero ver a Monteseirín saludando al cura Gómez Guillén en la caseta municipal de la Feria, un sacerdote de gratos recuerdos en el Burguillos de su juventud; dando la clave a tantos y tantos empresarios interesados en inversiones ("Muy bien, habladlo con Manolo Marchena"), comiendo el menú de la Casa de Soria con Antonio Rodrigo Torrijos, o hablando de su padre, el profesor Juan Sánchez, el inolvidable maestro del colegio de los Escolapios con sede en Escuelas Pías. Prefiero verlo metido en mil polémicas, recibiendo con desdén los cargos orgánicos o amaneciendo cada mañana con un nuevo agitador para la ciudad indolente que es Sevilla. Prefiero verlo así, en plenitud, en ese paseo que se dio por la Avenida tras regresar de sus años de 'exilio' en Madrid, o en un café en el Alfonso XIII, cuando me dijo: "Ser alcalde de Sevilla es muy difícil por el carácter de los sevillanos". Sigamos discrepando y reconociéndonos, Alfredo. A eso le llaman ahora moderación.
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