¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Zhivago
No hay mayor suerte en la vida que ser dado por imposible, ser aceptado como se es con toda la carga de defectos que ya no se consideran tales, sino la personalidad o el carácter del sujeto, algo consustancial a él que su entorno ha renunciado a modificar. Sin que ello, y esto es lo más importante, le haga perder su aprecio. Fulano es así. Son las cosas de mengano. Una especie de absolución social. Lo que a otros políticos les pasaría factura, en él se da por descontado. Ya lo dice el refrán: unos mean en lata y no suena, y otros mean en lana y suena.
A mí me recuerda lo que dice el desdichado Anacleto del afortunado Jozelito en el entremés El mal ángel de los Álvarez Quintero. “¡Jozelito Guerrero! ¡La gracia que tiene Jozelito Guerrero! Ar revés que yo. Él está sembrao y yo soy un mal ánge… Er domingo me pasó esto. Celebraba zezión nuestra cofradía. El asunto era serio… Pedía la palabra un hermano pa dá su opinión seriamente, y apenas llevaba dos minutos hablando, Joselito Guerreo zacaba una cornetita que había comprao en la feria y ze ponía a tocarla. ¡Piiiii! ¡Piiiii! ¡No quiera usté sabe la que allí se armaba! ‘¡Ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja! ¡Qué salero tiene!’ (…) Conque en esto yo, zin que er ze dé cuenta, le saco la cornetita der borziyo, pa tocarla también. Pide la palabra el hermano mayó, y a poco de empezá su discurso, creyendo que me iban a sacar en hombros cuando menos, ¡piiiii!, ¡piiiii!... me pongo a tocá la cornetita. ¡Bueno! ¡Por poco me echan! ¡Ze me vino enzima la junta! ‘¡Basta, hombre! ¡Bueno está lo bueno! ¡Las cosas tienen grazia cuando la tienen!...’ Azí tos ellos. ¿Usted ha visto una injusticia más grande? Porque es lo que yo digo: ¿tiene grazia soplá la cornetita? Conforme. Vamos a reírnos. ¿No tiene grazia? Pos vamos a quedarnos serios. ¡Pero que no tenga grazia o deje de tenerla según er que la zople! ¡Ezo es una injusticia!”.
Está claro que Pedro Sánchez es Jozelito Guerrero, no el pobre Anacleto, y que cuando toca la cornetita de la mentira, del desdecirse y del dejar en mal lugar a sus ministros que defienden con ardor lo que él después no hace –la misma mañana del troceo del decreto ómnibus uno aseguraba que nunca se haría– los suyos le ríen la gracia y los demás lo aceptan sin indignarse ni sorprenderse, acostumbrados ya a sus triles. A fuerza de hacerlo una y otra vez, ha logrado normalizar la mentira como su carácter.
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