¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Andaba el jueves pasado viendo por la tele la ceremonia de los Grammy Latinos, audiencia planetaria, cuando anunciaron que uno de los premios, el del mejor álbum de música flamenca, se lo daban a la Niña Pastori. Y allí que salió la de San Fernando, orgullosa, feliz y loquita de contenta, a recoger su gramófono. Olé. En sus palabras de agradecimiento, tan auténticas y señoronas como ella, dijo algo que, aun pareciendo una frase hecha, llevaba una carga de profundidad reveladora. Hablaba la Niña Pastori de lo suyo, del flamenco, y explicaba cómo no era una música de mayorías (de grandes audiencias) pero sí de (mucha) categoría. Y ahí lo dejó, no hacían falta más palabras para explicar la razón de su arte. Se me quedó la frase, y la rotundidad con que lo dijo, retumbando en la cabeza. Tal vez fuera porque al compás de la actualidad política llevamos ya unas cuantas semanas de muchas “mayorías” manifestándose como si no hubiera un mañana. Mayorías sin mucha categoría, todo sea dicho, a tenor de los insultos, exabruptos, gestos y exhibiciones machistas y de todo tipo que, en algunos casos, han desplegado. Mayorías han sido, también, las de las bancadas del Congreso durante la última investidura, jaleando mentiras, chabacaneos varios e inclusos insultos más propios de tabernas cutres que del solemne e institucional espacio que alberga la representación de la soberanía popular. Y, de un tiempo a esta parte, también son mayoría los desencantados de la política que insisten en seguir creyendo contra toda lógica. Mayorías de ciudadanos horrorizados por el genocidio que se está cometiendo en Oriente Medio y las atrocidades que continúan sucediéndose en Ucrania, mientras que por este lado del mundo nos entregamos al carpe diem, como si no hubiera un mañana. Mayorías, en su mayoría, sin asomo de categoría alguna, las cosas como son. Y es que la categoría, marida mal con las bullas y las masas. Precisamente, la categoría es aquello que hace sobresalir a alguien de entre el anonimato de la masa, convirtiéndolo en un referente superior al resto. Me temo que últimamente andamos más bien cortitos de categoría y sin visos de mejorarla. Apenas nos asoma, como país, en los grandes momentos, aquellos en los que rozamos la gesta –siempre épica– y se nos llenan los ojos de emoción y el alma de orgullo de pertenecer a esta tierra y de sentir, hermanados, a los otros, que pasan a ser ya los nuestros. Pero de esos momentos hay tan pocos… La Niña Pastori, cañaílla agradecida, hasta se acordó de nombrar al Nazareno de su pueblo. Categoría.
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