¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
Puntadas con hilo
Sevilla tiene un estadio olímpico que no es ni una ni otra cosa. Nació con esa vocación hace veinte años y desde hace meses, tras muchos ejercicios de mala vida, está cada vez más enterrado en el abandono y el olvido. La que es, sin duda, una de las infraestructuras más cuestionadas de la ciudad lleva desde diciembre del año pasado clausurado debido al mal estado de su cubierta que hace inservible el recinto. Desde entonces se está a la espera de una solución que, en esta ocasión, ha recaído sobre el tejado de un nuevo Gobierno de la Junta de Andalucía, administración mayoritaria en la sociedad que gestiona el recinto.
El Estadio de la Cartuja, como fue bautizado oficialmente, no necesita un parcheo que, al parecer, es lo más que pueden ofrecer los actuales presupuestos. Cualquier chapuza para salir del paso y poder volver a abrir la puerta cuesta más de 16 millones de euros y, según coinciden muchos, sólo serviría para seguir tirando el dinero.
Rentabilizar esta instalación no es fácil en una ciudad que lidera los rankings de espacios culturales en España y que, sin contar ella, es la tercera que más factura por conciertos, detrás de Madrid y Barcelona. Una capital a la que la industria de la música en vivo mira con interés hasta el punto de aguantar estoicamente mil y un obstáculos con tal de lograr levantar un gran pabellón que meta a Sevilla en el circuito de las grandes giras internacionales. Y mientras llega la hora de Sevilla Park... el Estadio de la Cartuja sigue muriéndose cada día un poco más.
La Junta de Andalucía ha movido ficha para apoyarse en el sector privado y buscar una tabla de salvación en las grandes promotoras de estos recintos multiusos. Pero la operación no cuadra tampoco, al menos si la transformación necesaria, que es algo más que un mero parcheo o lavado de cara, no se afronta previamente, a cargo de las arcas públicas. Sólo así la citada sociedad podría sacar luego a concurso el estadio y darlo en concesión a un privado para que lo explote convenientemente. Es muy difícil que aparezca, como ocurrió con el Auditorio de la Cartuja, un empresario dispuesto a tirar para delante a toda costa.
El problema es que ni hay dinero ni parece que un plan definido sobre su futuro. Entre los gestores de este tipo de instalaciones se echa en falta una apuesta valiente para que el de la Cartuja deje de ser un estadio frustrado al que la propia ciudadanía mira de reojo porque en su día se erigió, con razón, en un símbolo del despilfarro y porque sigue estando a trasmano por mucho dispositivo que se active cada vez que allí se ha celebrado un evento.
En la Cartuja haría falta un borrón y cuenta nueva en muchos aspectos. Es difícil que un promotor apueste si el estadio no se acompaña de una oferta comercial anexa que permita rentabilizar las inversiones. Otro centro comercial en una capital donde empieza a vislumbrarse ya una burbuja de las grandes superficies comerciales. Y todo esto empaña el panorama un poco más. ¿Cuál es el futuro de la Cartuja? Muy incierto. Y mientras tanto el reloj corre en contra.
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