¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
La Rayuela
Nunca sé muy bien si digo bien los refranes, pero estos días hay uno que ha sobrevolado la actualidad informativa que llega de Estados Unidos, aquel que dice algo así como que en esta vida es tan importante llegar como saber marcharse. Joe Biden ha dado un paso atrás, para respiro de muchos, pero quizás ya hace tiempo que debía haberlo hecho. Su renuncia ha sido forzada por la retirada de una gran cantidad de apoyos y la presión de los afines al Partido Demócrata, convencidos de que la batalla electoral contra Donald Trump estaba perdida de antemano si el actual presidente se aferraba a la candidatura. Su salida hubiera sido mucho más digna meses atrás, además de que su casi segura sucesora hubiese tenido más margen para cimentar la campaña.
Esa teoría de la retirada a tiempo, o sólo dar un paso atrás para someterse a las urnas (como trató de hacer Macron en Francia) cuando el país está en un callejón sin salida, es la antítesis del manual de resistencia del presidente español. Quizás sean los propios socialistas, como ha ocurrido en Estados Unidos, los que puedan forzar un giro que no hipoteque al partido para mucho tiempo después de Sánchez. Son los dos modelos, con abundancia de ejemplos a lo largo de la historia. El de morir con las botas puestas o el de salir antes con la dignidad intacta. ¿Qué requiere más valentía?
No siempre se puede elegir, porque a veces la vida o la muerte nos arrollan, pero me impresionan muchas decisiones que podemos ver como cotidianas. Cuando un anciano deja de conducir porque asume que ya no tiene todas sus facultades completas, aunque eso suponga dar un giro a su vida diaria; cuando un estudiante cambia de carrera a medio camino, cuando le damos la razón a otra persona que encima no nos cae bien y admitimos nuestro error, cuando alguien se muerde la lengua para evitar un drama familiar… En dosis diferentes para caso a caso, pero se trata de sacrificios y capacidad de determinación mayores que los que admiramos en un deportista de élite que se retira en el mejor momento, para ser recordado así, sin la humana debilidad.
Si hay algo que aborrecemos es al perdedor, al débil o al marchito. Pero no siempre la retirada o la contención son sinónimos de todo lo anterior. Al contrario, se necesitan unas dosis de clarividencia, honradez y fortaleza que ya quisieran Leónidas y sus 300 guerreros.
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